de El Efecto Galatea
Para muchos, quizás la psicología se ocupe de asuntos un tanto lejanos a la realidad. Los mecanismos de nuestra mente, las causas del comportamiento o los fundamentos teóricos de la salud mental pueden parecer aspectos alejados de lo práctico y lo útil. Además, se consideran cuestiones un tanto difusas, subjetivas y filosóficas. Aunque no sea cierto (en este blog hemos dado muchos ejemplos de lo contrario), sigue siendo una impresión generalizada entre mucha gente.
Una forma de corregir esta imagen distorsionada es dar ejemplos prácticos de cómo la psicología ayuda a mejorar nuestra vida y cómo sus propuestas se traducen en medidas concretas del día a día. Habitualmente, esas medidas logran grandes avances en nuestra calidad de vida, pero salvo en determinadas áreas específicas de la salud mental (por ejemplo, la prevención del suicidio), no es frecuente que la psicología logre el efecto directo de salvar vidas. Su ámbito de acción, aún así nada desdeñable, se centra en aspectos como el bienestar o la salud, pero en áreas no directamente vitales.
Sin embargo, es posible encontrar ejemplos de cómo la aplicación de principios psicológicos sí ha permitido salvar vidas. Para poner un ejemplo que puede resultar un tanto exótico pero a la vez es muy gráfico, podemos irnos a la ciudad India de Mumbai. Allí son por desgracia relativamente habituales los accidentes ferroviarios, en muchos casos de personas que mueren atropellados por los trenes al cruzar los muchos pasos a nivel de alguna de las grandes líneas que atraviesan la ciudad. En un intento de frenar estas muertes las autoridades pidieron a un grupo de trabajo, en el que se encontraban varios psicólogos, que idearan la forma de reducir estos accidentes.
Empezaron en 2010 con un tramo ferroviario de prueba, en el que implantaron varias medidas que resultaron tan sencillas como eficaces. Para empezar, valoraron que una de las causas de los atropellos era que el peatón que cruzaba por las vías no sabía establecer con exactitud la velocidad a la que se acercaba el tren (nos sucede con cualquier objeto grande, y por el contrario nos resulta más sencillo determinar la velocidad de objetos pequeños). Para solventar esta deficiencia, consideraron que era necesario facilitar referencias externas que permitieran estimar la velocidad del tren, como por ejemplo marcas a distancias homogéneas sobre las vías, de forma que el peatón tuviera así una referencia con la que calcular la velocidad. Así que si vas algún día a Mumbai y ves marcas amarillas en tramos alternos de las vías, ya conoces su razón de ser.
Además, observaron que las señales estándares que indicaban el peligro en el paso a nivel no se entendían con la suficiente facilidad. En muchos casos, los peatones ni siquiera sabían lo que significaban. Por ello, las sustituyeron por imágenes de una cara gritando de pánico, cuyo mensaje no dejaba lugar a dudas y provocaba la alerta inmediata. Por último, decidieron sustituir el pitido largo de los maquinistas por un doble pitido breve. La razón fue que, según varios estudios, la actividad cerebral alcanza sus mayores niveles de atención justo en los momentos de silencio entre dos notas musicales. El silencio sirve para crear expectación, aumentando la atención y la concentración y permitiendo reaccionar con mayor eficacia ante el posible tren acercándose.
De este modo, con soluciones tan sencillas como las descritas, se logró que el número de fallecimientos por atropellos se redujera en cerca de un 95% en sólo un año. Sin embargo, debemos hacer como siempre una reflexión sobre las posibles limitaciones de las conclusiones. Y es que, en este caso, es necesario hacer un seguimiento de la eficacia de las medidas y ver si se mantiene en el tiempo o si por el contrario, como suele suceder, se produce un cierto efecto novedad que facilita la disminución de las muertes, pero que una vez que los peatones se hayan habituado, el problema vuelva a su nivel anterior. Por desgracia, no disponemos de datos para sacar conclusiones más allá de los primeros meses, pero sí parecen suficientes para asegurar que un poco de psicología (y un mucho de sentido común) pueden ser realmente útiles para salvar vidas.
Una forma de corregir esta imagen distorsionada es dar ejemplos prácticos de cómo la psicología ayuda a mejorar nuestra vida y cómo sus propuestas se traducen en medidas concretas del día a día. Habitualmente, esas medidas logran grandes avances en nuestra calidad de vida, pero salvo en determinadas áreas específicas de la salud mental (por ejemplo, la prevención del suicidio), no es frecuente que la psicología logre el efecto directo de salvar vidas. Su ámbito de acción, aún así nada desdeñable, se centra en aspectos como el bienestar o la salud, pero en áreas no directamente vitales.
Sin embargo, es posible encontrar ejemplos de cómo la aplicación de principios psicológicos sí ha permitido salvar vidas. Para poner un ejemplo que puede resultar un tanto exótico pero a la vez es muy gráfico, podemos irnos a la ciudad India de Mumbai. Allí son por desgracia relativamente habituales los accidentes ferroviarios, en muchos casos de personas que mueren atropellados por los trenes al cruzar los muchos pasos a nivel de alguna de las grandes líneas que atraviesan la ciudad. En un intento de frenar estas muertes las autoridades pidieron a un grupo de trabajo, en el que se encontraban varios psicólogos, que idearan la forma de reducir estos accidentes.
Empezaron en 2010 con un tramo ferroviario de prueba, en el que implantaron varias medidas que resultaron tan sencillas como eficaces. Para empezar, valoraron que una de las causas de los atropellos era que el peatón que cruzaba por las vías no sabía establecer con exactitud la velocidad a la que se acercaba el tren (nos sucede con cualquier objeto grande, y por el contrario nos resulta más sencillo determinar la velocidad de objetos pequeños). Para solventar esta deficiencia, consideraron que era necesario facilitar referencias externas que permitieran estimar la velocidad del tren, como por ejemplo marcas a distancias homogéneas sobre las vías, de forma que el peatón tuviera así una referencia con la que calcular la velocidad. Así que si vas algún día a Mumbai y ves marcas amarillas en tramos alternos de las vías, ya conoces su razón de ser.
Además, observaron que las señales estándares que indicaban el peligro en el paso a nivel no se entendían con la suficiente facilidad. En muchos casos, los peatones ni siquiera sabían lo que significaban. Por ello, las sustituyeron por imágenes de una cara gritando de pánico, cuyo mensaje no dejaba lugar a dudas y provocaba la alerta inmediata. Por último, decidieron sustituir el pitido largo de los maquinistas por un doble pitido breve. La razón fue que, según varios estudios, la actividad cerebral alcanza sus mayores niveles de atención justo en los momentos de silencio entre dos notas musicales. El silencio sirve para crear expectación, aumentando la atención y la concentración y permitiendo reaccionar con mayor eficacia ante el posible tren acercándose.
De este modo, con soluciones tan sencillas como las descritas, se logró que el número de fallecimientos por atropellos se redujera en cerca de un 95% en sólo un año. Sin embargo, debemos hacer como siempre una reflexión sobre las posibles limitaciones de las conclusiones. Y es que, en este caso, es necesario hacer un seguimiento de la eficacia de las medidas y ver si se mantiene en el tiempo o si por el contrario, como suele suceder, se produce un cierto efecto novedad que facilita la disminución de las muertes, pero que una vez que los peatones se hayan habituado, el problema vuelva a su nivel anterior. Por desgracia, no disponemos de datos para sacar conclusiones más allá de los primeros meses, pero sí parecen suficientes para asegurar que un poco de psicología (y un mucho de sentido común) pueden ser realmente útiles para salvar vidas.
Jaume Guinot - Psicoleg col·legiat 17674
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