Una buena relación con los hijos



La re­la­ción entre pa­dres e hijos es ac­tual­men­te en la ma­yo­ría de los casos con­flic­ti­va. Mu­chos pa­dres vie­nen a la es­cue­la di­cien­do que no pue­den con sus hijos, pero cómo es po­si­ble ésto. Cada uno de­be­ría de ana­li­zar a fondo esta si­tua­ción, qué es lo que está pa­san­do en nues­tro hogar y qué po­de­mos cam­biar para es­ta­ble­cer una buena re­la­ción con los hijos.
Si los niños pasan lar­gas horas vien­do te­le­vi­sión sólos, ju­gan­do en el vi­deo­ga­me o en la compu­tado­ra o en al­gu­nos casos en la calle, es evi­den­te que no están com­par­tien­do mo­men­tos de co­mu­ni­ca­ción y afec­to con sus pa­dres.
Es­ta­mos pa­san­do por una época en la cual, tanto las ma­dres como los pa­dres deben de tra­ba­jar para poder man­te­ner a la fa­mi­lia, y esto im­pli­ca que ambos lle­guen can­sa­dos a casa des­pués de ocho o más horas de tra­ba­jo. Por eso, va­rias veces a los hijos se les deja hacer lo que ellos quie­ren, con tal de que no mo­les­ten o que den el menor tra­ba­jo po­si­ble, de­ján­do­los a su libre al­be­drío. Ellos eli­gen, lo que pue­den hacer solos y lo que más les llama la aten­ción, que en estos mo­men­tos es la TV, el vi­deo­Ga­me o la compu­tado­ra.
Au­gus­to Cury nos habla de ésto tam­bién:
Nues­tra ge­ne­ra­ción quizo dar lo mejor para los niños y los jó­ve­nes. So­ña­mos gran­des cosas para ellos. Bus­ca­mos otor­gar­les los me­jo­res ju­gue­tes, ropas, pa­seos y es­cue­las. No que­ria­mos que ellos an­du­vie­ran en la llu­via, se las­ti­ma­ran en las ca­lles, se hi­rie­ran con los ju­gue­tes ca­se­ros y vi­vie­ran las di­fi­cul­ta­des por las cua­les pa­sa­mos.
Co­lo­ca­mos una te­le­vi­sión en la sala. Al­gu­nos pa­dres, con más re­cur­sos, pu­sie­ron una te­le­vi­sión y una compu­tado­ra en el cuar­to de cada hijo. Otros lle­na­ron a sus hijos de ac­ti­vi­da­des, ins­cri­bién­do­los en cur­sos de in­glés, compu­tación, mú­si­ca.
Tu­vie­ron una ex­ce­len­te in­ten­ción, solo no sa­bian que los niños pre­ci­sa­ban tener in­fan­cia, que ne­ce­si­ta­ban in­ven­tar, co­rrer ries­gos, frus­trar­se, tener tiem­po para jugar y en­can­tar­se asi por la vida. No ima­gi­na­ban cuan­to la crea­ti­vi­dad, la fe­li­ci­dad, la osa­dia y la se­gu­ri­dad del adul­to de­pen­dian de las ma­tri­ces de la me­mo­ria y de la ener­gia emo­cio­nal del niño. No com­pren­die­ron que la TV, los ju­gue­tes ma­nu­fac­tu­ra­dos, la in­ter­net y el ex­ce­so de ac­ti­vi­da­des obs­truian la in­fan­cia de sus hijos.
Crea­mos un mundo ar­ti­fi­cial para los niños y pa­ga­mos un pre­cio ca­rí­si­mo. Pro­du­ci­mos se­rias con­se­cuen­cias en el te­rri­to­rio de la emo­ción, en el an­fi­tea­tro de los pen­sa­mien­tos y no solo de la me­mo­ria de ellos.


Te­ne­mos que re­cor­dar que no­so­tros somos los pa­dres y que te­ne­mos una gran res­pon­sa­bi­li­dad por de­lan­te, la de edu­car­los.
El lle­gar can­sa­dos, no es es­cu­sa para dejar de pres­tar aten­ción a nues­tros hijos.
Hay mu­chos mo­men­tos y ac­ti­vi­da­des que po­de­mos com­par­tir con ellos y que les agra­da­rán más que los apa­ra­tos tec­no­ló­gi­cos.
Pen­se­mos, lle­ga­mos a las 19:30 del tra­ba­jo apro­xi­ma­da­men­te, les damos un beso y abra­zo gran­de, les pre­gun­ta­mos cómo les fue en la es­cue­la, cómo se sien­ten, les re­vi­sa­mos la mo­chi­la para ver los cua­der­nos de clase y char­lar sobre lo que apren­die­ron, des­pués, los ayu­da­mos con la tarea. Cuan­do ha­ce­mos la cena, los in­ce­ti­va­mos a que nos ayu­den con la pre­pa­ra­ción de la misma, asi nos di­ver­ti­mos jun­tos?.
Entre medio, po­de­mos crear una his­to­ria, armar un puzz­le, a ver quién lo hace en menos tiem­po, bus­car no­ti­cias en el dia­rio sobre al­gu­na te­má­ti­ca en par­ti­cu­lar, pren­der el equi­po de mú­si­ca y jugar a las es­tre­llas de rock, así bai­lar y can­tar con ellos.
Siem­pre ten­ga­mos en cuen­ta que ellos son nues­tro re­fle­jo, no­so­tros somos su mo­de­lo a se­guir. Sea­mos bue­nos ejem­plos.
¿Qué es ne­ce­sa­rio para lle­gar al co­ra­zón de nues­tros hijos?
  • Com­par­tir nues­tra his­to­ria, nues­tras ex­pe­rien­cias, y nues­tro tiem­po.
  • Desa­rro­llar en ellos la re­fle­xión, se­gu­ri­dad, li­de­ran­za, co­ra­je, op­ti­mis­mo, su­pera­ción del miedo, y pre­ven­ción de con­flic­tos.
  • En­se­ñar a los hijos a pen­sar y a crear ideas.
  • Dia­lo­gar como ami­gos.
  • Con­tar his­to­rias.
  • Tener siem­pre es­pe­ran­za en ellos y nunca desis­tir.
Para ter­mi­nar com­par­to con us­te­des esta frase del autor que ya nom­bra­mos an­te­rior­men­te:
Los hijos no pre­ci­san de pa­dres gi­gan­tes, pero si de seres hu­ma­nos que ha­blen su len­gua­je y sean ca­pa­ces de pe­ne­trar­les el co­ra­zón.

Bi­blio­gra­fía:

  • "Pa­dres bri­llan­tes – Maes­tros fas­ci­nan­tes" Au­gus­to Cury. Ed. Sex­tan­te.

Autor: Pa­me­la Fe­rrei­ra


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