El cuerpo es una herramienta que utilizamos para percibir la
información y para actuar y responder a la misma. Pero el aprendizaje
sucede siempre en el cerebro. Y el movimiento está en la raíz de todo
aprendizaje.
Cuando surgen dificultades no suele ser por falta de inteligencia,
sino porque no se han desarrollado las herramientas necesarias para
realizar el trabajo del aprendizaje.
Cuando vemos estos problemas, estamos mirando solamente la punta del
iceberg, sin tener en cuenta todo el volumen que hay bajo el agua y
que supone la base a lo que vemos. Las habilidades necesarias para el
aprendizaje se sustentan también sobre una base mucho más amplia que
no vemos, pero que debe ser muy sólida para que el funcionamiento del
niño sea el adecuado.
El cerebro se desarrolla ya desde el feto a través del movimiento del
mismo y de la madre.
El cerebro del bebé está inmaduro, pero preparado para un crecimiento
vertiginoso. El desarrollo cerebral del bebé en su primer año de vida
sentará las bases de todo su desarrollo posterior. Pero el proceso de
maduración del cerebro no ocurre por sí solo, sino que necesita de los
estímulos, sobre todo de los que provienen de las experiencias con el
equilibrio, el tacto y el movimiento en general. Esto lo obtiene el
niño al ser tocado y mecido por sus padres y por sus propios
movimientos rítmicos. Los reflejos primitivos hacen que el bebé
realice estos movimientos rítmicos en una secuencia y un orden
establecidos de forma innata.
A través de la estimulación sensorial y del movimiento principalmente,
las zonas más básicas y primitivas del cerebro (las que reciben esta
estimulación de forma más directa) se activan y se van desarrollando.
A su vez van estimulando y conectándose con otras zonas más
evolucionadas. Para que el cerebro esté maduro, no sólo es necesario
que todas las zonas estén estimuladas y activas, sino que estén
interconectadas unas con otras, funcionando de forma conjunta. Si
falla esta interconexión y la correcta activación de todas las zonas
cerebrales, pueden surgir problemas tanto físicos como cognitivos, de
aprendizaje, emocionales o de relación.
Cuando la estimulación no ha sido la correcta y el bebé no ha
realizado los movimientos espontáneos que necesita para su desarrollo
(por problemas en el embarazo, parto, por no haber pasado suficiente
tiempo en el suelo, por abuso de sillitas, taca-tás o de vestiditos en
las niñas que impiden el gateo…) y no ha cumplido adecuadamente todas
las etapas de su desarrollo durante el primer año de vida, pueden
producirse bloqueos en el desarrollo con los consecuentes problemas
antes mencionados. Si las partes inferiores del cerebro no han
madurado, las partes superiores encargadas de funciones esenciales
para el aprendizaje no lo harán. Y no podemos pretender llegar a estas
zonas sin haber pasado antes por las inferiores remediando sus
disfunciones para poder así hacer que maduren todas las demás áreas.
Para esto es necesario utilizar técnicas de estimulación específicas.
De esta forma, cuando el desarrollo del niño es lento, podemos
acelerarlo a través de la estimulación que suponen los movimientos
rítmicos. Una estimulación de las partes más básicas y primitivas del
cerebro que al activarse y estimularse activarán a su vez zonas más
evolucionadas y necesarias para el aprendizaje y el control emocional
y del comportamiento.
Para subsanar las carencias o déficits en el desarrollo realizaremos
movimientos parecidos a los que hace el bebé de forma natural. Éste es
el objetivo de los movimientos rítmicos que componen la TMR (terapia
de movimiento rítmico y reflejos primitivos) y que imitan los
movimientos de balanceo repetitivos con los que experimentan y
evolucionan los bebés en su primer año de vida.
Así, los movimientos que en el bebé son espontáneos se convierten en
terapéuticos en el niño mayor y el adulto. Buscando la manera de
estimular las conexiones neuronales entre las distintas partes del
cerebro. Una vez que se consigue esto, se notarán beneficios en la
capacidad de atención, en la impulsividad y la hiperactividad, en el
lenguaje o la lectoescritura y todas las tareas académicas en general.
Mejorará el tono muscular, la postura, el equilibrio y la
coordinación. Además se llegará a un mayor madurez y control
emocionales.
Los ejercicios deberán hacerse todos los días durante un año más o menos.
Podemos plantearnos la TMR como un programa de ejercicio físico, como
una "gimnasia para el cerebro" que no va encaminada a fortalecer
ningún músculo o zona del cuerpo en concreto, sino a activar nuestras
neuronas. La ventaja frente a la gimnasia es que ésta funciona
mientras la realizamos, por ejemplo: nuestros abdominales se
fortalecen cuando hacemos los ejercicios correctos. Pero estos
músculos vuelen a su estado de flacidez anterior al abandonar la
realización de los ejercicios. Con el cerebro esto NO ocurre. Los
avances que conseguimos en su maduración no se pierden al terminar la
terapia. El desarrollo cerebral no va hacia atrás, salvo por una
enfermedad degenerativa o un accidente o lesión cerebral.
Publicado por Rosina Uriarte
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