Alta capacidad y educación.

Alta capacidad y educación.
Un aspecto común de gran parte de los seres vivos, y por supuesto del hombre, es la curiosidad. Nuestra evolución como especie la mantiene y convierte en un proceso de aprendizaje, los humanos tenemos la necesidad de aprender. Pero como es obvio sólo nos interesa aquello que nos resulta conocido por el motivo que sea, lo restante simplemente no existe.
Al llegar al mundo los conocimientos heredados son inmensos, pero tenemos la necesidad de investigar nuestro entorno, lo que nos resulta conocido o al alcance de la vista. Ocurre con todos los niños, se encuentra en nuestros genes, y a falta de herramientas que se desarrollarán en pocos años, los sentidos son la base de la investigación. Dependiendo de la fase en que se encuentren darán mayor importancia a unos u otros, por ello comenzarán con el sentido del gusto, o la utilización de la boca con tendencia a introducir lo que puedan alcanzar. Igualmente investigarán con el tacto, aún sin tener un concepto sobre la lejanía, si con pocos meses un niño observa la luna, se sentirá atraído y alzará la mano en un intento por alcanzar lo que ve.
El proceso de aprendizaje evolucionará hacia técnicas más sofisticadas, pero no de igual forma en todos los niños, en algunos el ansia de investigar es mucho mayor, requieren conocer todo, tocarlo, entenderlo, y cuando su capacidad se amplíe preguntarán con una insistencia desmesurada. En este contexto se enmarcan los niños precoces, quienes, normalmente, tendrán un proceso de asimilación más rápido. Lo que es un factor muy a tener en cuenta por sus padres, pero sin buscar conclusiones o etiquetas dado que la evolución puede alterar sustancialmente sus características.
Entre los cuatro y cinco años se entiende que su mapa cerebral está construido y maduro en un 50%. Teniendo en cuenta que los humanos nacemos de forma prematura comparados con otras especies, por necesidades del desarrollo del cerebro, la velocidad con que la mente madura resulta asombrosa. Es precisa una observación parental minuciosa cuando se dan muestras claras de precocidad en cualquier terreno o en el conjunto de todos ellos. Y en la edad indicada ya se puede saber con bastante exactitud cuál es el desarrollo intelectual del niño, por mucho que algunos expertos en la materia lo consideren prematuro.
Intentando recordar las palabras de un investigador italiano cuyo nombre tampoco alcanzo a rememorar: desde los 0 hasta los 12 meses el especialista que corresponde es el pediatra, y a partir de esa edad sería el geriatra. Evidentemente es una enorme exageración, pero denota la importancia y los tremendos cambios que se realizan en la mente infantil en cortos espacios de tiempo. Por lo que los padres deben de permanecer alerta en cuanto perciban que se producen alteraciones en el comportamiento que reflejen un avance superior al que corresponde según la edad cronológica. No siempre es fácil, especialmente si se trata del hijo mayor o único, dado que dificulta la comparación con otros niños, pero es algo que se solventa con cualquier manual de comportamiento infantil y hay muchos en el mercado.
Cuando comienza la edad escolar, las fronteras de investigación se abren de par en par, deja de encontrarse constreñido por el hogar para abrirse a un nuevo mundo de experiencias.
Lo deseable sería que ya en ese momento los padres tuviesen una certeza, si es que se han dado características de precocidad, sobre el potencial del niño. La alta capacidad (A.C.) o superdotación, de existir, debe conocerse y siempre que sea posible buscar el colegio idóneo. No es fácil, son pocos los que se implican en un tema que les proporciona un trabajo extra y, por otra parte, buen número de los psicólogos o psicopedagogos de los centros escolares carecen de una preparación suficiente, puesto que no es algo que se estudie en las universidades, salvo que hayan modificado sus planes porque antes o después no quedará más remedio que incorporarlos. Por ello en Inteligencia y Vida tenemos un triple objetivo, dirigido por una parte a estos profesionales, por otra parte, a los docentes, y por supuesto a los padres. En especial los primeros conocen sobradamente lo que es un déficit de atención o la problemática de hiperactividad, y resulta bastante común el error de introducir en estos colectivos a alumnos de A.C.
Padres y escuela.
Uno de los principales factores que cualquier especialista va a considerar es la riqueza del lenguaje, teniendo en cuenta la edad del niño. Pero es lógico pensar que en gran parte va a depender del estatus cultural en el que se desarrolle, es decir, la formación parental. Si ubicamos a un sujeto, por alto que sea su grado de inteligencia, en el contexto de una familia con un nivel cultural mínimo, nos encontraremos con un diálogo que será completamente distinto al que se ubique en un hábitat culto.
Se trata de adaptar, en el seno familiar, el tono de comunicación a los requerimientos del niño. Más aún, desde que se inicia el aprendizaje del habla, la utilización de términos inexistentes solo sirve para crear defectos a corregir, un perro es un perro, no un “gua guau”, y de la misma forma la excesiva utilización de diminutivos. Sin comunicación no existe la enseñanza, por lo que es de esperar que cuando se produzca la introducción en el ámbito escolar, el alumno sepa comprender lo que el profesor dice, y éste sabrá utilizar un lenguaje acorde con la edad.
Pero es más, la A.C. no lo es tan sólo en el desarrollo cognitivo, intervienen una alta gama de inteligencias, siendo, probablemente, la emocional una de las que tengan mayor importancia. Por lo que el proceso de comunicación no es tan sólo un intercambio de conocimientos, sino de emociones y sensaciones, lo que resulta mucho más complejo. Tal vez hay que hacer notar que el proceso comunicativo no reside tan sólo en un contexto oral en el sentido fonológico, sino que va más allá e implica la entonación, gesticulación, etc.
Si un niño entra en la escuela con una alta habilidad en este contexto, tendrá muchas más posibilidades de éxito.
Y de la misma forma podríamos pensar en muchos factores. Si los libros son un elemento extraño porque en su ámbito familiar no existen, si nunca ha visto que la lectura de un cuento pueda resultarle atrayente, si no percibe en su ambiente el disfrute relajado de la literatura por las personas a las que busca imitar, será muy poco proclive a la utilización de unos elementos que le son desconocidos.
Por lo tanto, la preparación que reciba de su entorno familiar puede determinar una adaptación rápida al ambiente escolar o ser, por el contrario, traumática.
En niños con una A.C., desde el mismo momento en que se introduzcan en el colegio, debe de existir una dinámica continuada de intercambio de información entre éste y los padres. Pero para ello es necesaria una detección previa, lo que normalmente no ocurre, siendo necesario que se produzca en el colegio. Implica una preparación en el profesorado que normalmente no existe. Cuando el centro involucra a los padres en un sentido positivo es cuando el hijo destaca por una alta habilidad, y en sentido negativo cuando lo hace por ser considerado problemático. Pero tanto en un caso como en el otro lo que puede subyacer es una elevada inteligencia. En el primero se vería compensada por la adaptación al medio, aunque su posterior desarrollo pueda ser muy distinto. En el segundo es típico el aburrimiento y la dejadez por falta de estímulos, aunque es algo sobradamente conocido.
Docentes y capacidad infantil.
La figura del profesor es fundamental, dentro de su contexto puede representar la del padre o de la madre. Pero los roles no son los mismos, el papel de formación dentro de un aula no puede abarcar lo que la familia es capaz de dar y es un éxito del profesorado ganarse a un niño de A.C. que puede ser reacio o díscolo.
Y con todo es necesario, la conducta de una persona no se puede concebir sin tener en cuenta los conocimientos que posee, pero no nos encontramos en las escuelas de hace muchas décadas, los procedimientos se han modificado porque los fines no pueden ser los mismos. No se trata de imbuir datos en el cerebro infantil.
La labor pedagógica es mucho más amplia, como lo deben de ser las legislaciones que establecen los estudios a impartir. Tanto el sistema de enseñanza como las materias a considerar deben dirigirse a la consecución de hacer fluir de la mente del alumno sus capacidades, habilidades, hábitos, que sirvan de una manera constructiva, esto es, que enseñen a pensar tras un proceso de creatividad que en parte es la base de la madurez de la persona y, como consecuencia, lograr otro de los puntales del equilibrio, como es la satisfacción, el gusto por la realización de actividades con un resultado transformador y no involucionista.
El papel docente es sin duda apasionante cuando lo que se quiere conseguir es la formación de individuos sanos, con capacidad de razonar, y en ese ambiente un niño con A.C. puede sentirse perfectamente integrado.
Pero no podemos dejarnos llevar por lo idílico. En un aula conviven niños muy dispares, con distintas necesidades y habilidades, cada uno con una capacidad, y es en ese contexto en el que la alta inteligencia tiende a revelarse. Lo puede hacer muy temprano o más tarde, pero lo normal es que aparezca. Hay que tener en cuenta que a los 12 o 13 años el cerebro es maduro prácticamente al 100%, por lo que incluso antes se pueden producir una serie de transformaciones en el comportamiento que choquen con cualquier tendencia de adaptación. En esos momentos la palabra clave es motivación, pero es infinitamente más simple escribirla que llevarla a la práctica, y la implicación debe de ser conjunta entre el profesorado y el ámbito familiar, de forma que ni las clases supongan un tedio absoluto y repetitivo ni los trabajos caseros un castigo a cumplir.
Por parte del primero sería deseable utilizar elementos diferenciadores, capaces de generar un reto sin que ello signifique una separación, en el proceso de aprendizaje, de los restantes compañeros, como cuadernos especiales con tareas que profundicen más allá de lo que los demás pueden precisar.
En cuanto a los padres, han de llevar a cabo, desde que se comienzan los trabajos escolares, una disciplina que, sin caer en el radicalismo, sea estimulante, con periodos de ocio previo, para que no agobie, y posteriores, que sirvan como aliciente para concluir lo que corresponda realizar a modo de obligación.
Últimas reflexiones.
La función psicopedagógica, que apenas se ha mencionado, es muy importante. Sería deseable la obligatoriedad de los profesionales en el conocimiento de las A.C. y el comportamiento ante las mismas, de forma que puedan servir de orientación al profesorado y de seguimiento de estos alumnos. Algo que se realiza en los déficits intelectuales pero no en los superávits, al menos no de forma generalizada.
Y por último una opinión de lo que en España parece la panacea a conquistar cuando en realidad es una medida más que discutible, y me refiero a la promoción de cursos. En primer lugar es un sistema por el que se “premia” a los buenos estudiantes con inteligencia alta, dejando al margen a otros de las mismas características cuya trayectoria es distinta y podría serles igualmente de utilidad.
Se intenta equiparar los estudios que se realizan con la edad mental del alumno, en lugar de la cronológica, y si en un principio puede parecer óptimo sería deseable que se considerasen el cúmulo de las inteligencias y no exclusivamente las cognitivas. Un niño puede estar perfectamente adaptado a la clase y a sus amigos y no merece que le extraigan de su contexto para introducirle en otro que le resulta extraño. Y no solamente le supondría un desarraigo duro, sino que podría perfectamente no ser aceptado por los nuevos compañeros, las diferencias en edades tempranas son notorias, y el ser adjetivado de empollón o similares de carácter despectivo, tal vez fuese lo suficientemente importante para causarle un rechazo o poner en una coyuntura difícil a su inteligencia emocional, por supuesto inmadura.
En cualquier caso, la enorme cantidad de niños de elevada inteligencia que pasan por las aulas es muy grande, como es lógico, y sería interesante una encuesta entre el profesorado que indicase cuántos de ellos han encontrado en el ejercicio de su profesión. Con casi completa seguridad serían muy pocos, han pasado por delante o bien desapercibidos o, lo que es peor, tachados de problemáticos y en buena medida marginados, no en vano se supone que puede haber un 60% de los niños con A.C. condenados al fracaso escolar. Realmente es un ejemplo de lo que supone un error social y una condena a la legislación educacional, que de por sí ya naufraga en muchas aguas.

José Luis Freire
Asociación Inteligencia y Vida

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