Conviene situar a ciertos sueños sexuales en la categoría de los sueños de advertencia. Son aquéllos en los que el (o la) soñante se ve a sí mismo/a iniciando acercamientos amorosos, por no decir verdaderas relaciones sexuales, con personas de su entorno cercano, como miembros de su familia (cuñados, cuñadas, tíos y tías), colegas de trabajo, referentes sociales (médicos, asistentes sociales, profesores, mecánicos, fontaneros...), etcétera. El amor y la sexualidad son el teatro cotidiano de la reciprocidad.
En la vida despierta, la persona presta atención sobre todo a sus propios sentimientos. Se pregunta si ama realmente a su objeto amoroso, sí lo desea. El sueño explora en este caso lo que la realidad no permite más que en esbozo: los deseos y las sensaciones del otro. Así, el hombre que intenta acercarse sexualmente en sueños a la mujer del vendedor de periódicos, con la cual no ha intercambiado nunca nada más que una mirada, ha percibido de forma inconsciente discretas señales de la atracción que ella puede sentir hacia él. Este sueño se interpreta como la percepción aumentada de una realidad silenciosa. De igual forma, la mujer que en sueños intenta seducir por todos los medios a su profesor de piano ha registrado, también de forma inconsciente durante la vigilia, algunos signos del interés que él podría sentir por su alumna. En pocas palabras, en estos sueños los personajes han permutado. El soñante representa al compañero hipotético del que exploramos el interés sexual, y el compañero representa al soñante. Los sueños sexuales son manifestaciones de una filosofía igualitaria, de lo que en el siglo XIX llamaban "comunismo primitivo" Exploran sistemáticamente todas las relaciones sexuales posibles, tomando alternativamente el cuerpo de cada uno de los compañeros. Estos sueños apenas se interpretan, debido a la enorme frecuencia con la que conducen a tentativas reales de acercamientos amorosos. Tal vez sea útil señalar al soñante que, si bien como todos los sueños éste ocurre en la vida del mañana, no se inquiete en exceso, ya que no tiene la obligación de someterse a él. El sueño explora las posibilidades, recorre los caminos que podríamos haber tomado, monta los argumentos que podrían haber sido nuestra vida. Si el soñante debe con frecuencia renunciar a hacer que ocurran, que se consuele, pues soñará con ello otra vez la noche siguiente y de nuevo la siguiente a ésa.
Los sueños sexuales que implican a personajes desconocidos
Es muy frecuente que los adolescentes tengan sueños de contenido sexual, incluso que lleguen en sueños a orgasmos reales. Estos sueños, que a menudo implican a personajes desconocidos para el soñante, deben ser considerados como "efervescencias" Son menos frecuentes en los adultos con una vida amorosa y sexual. Sea esta sexualidad completa o solo esbozada, el sueño es un espacio privilegiado para su expresión. En el primer capítulo señalé que iba acompañado de una turgencia de los órganos sexuales. No podemos evitar cierta socarronería al leer acerca de los dispositivos experimentales que han "validado" durante las últimas décadas lo que las observaciones vulgares sabían desde siempre. Los hombres, entre los que el fenómeno es naturalmente mucho más visible que entre las mujeres, tienen una erección durante buena parte del sueño paradójico. Más aún, la entrada en el sueño paradójico es anunciada por esta erección, y el último sueño de la noche pone al hombre en contacto con el testimonio físico de una sexualidad expresada durante dicha noche, como una señal sin rostro. Esta sexualidad de las tinieblas, diferente a la del día, es una desnudez invisible que transparenta la pulsión, sin tener siquiera la excusa del objeto presente.
Hemos señalado que ciertas lenguas se encuentran tan cercanas a tal constatación que incluso lo han inscrito en la palabra que designa al sueño. En las lenguas semíticas, la raíz de las tres letras H-L-M, que conjuga significados tales como "crecer" "hinchar" o "dar fuerza" significa "sueño" asociando así claramente al sueño con la erección. Si el psicoanálisis quiso situar a la sexualidad entre las causas del sueño, las interpretaciones surgidas de la tradición han tendido más bien a percibirla como la fragilidad del soñante. El sueño que libera una sexualidad incontrolada enfrenta al soñante con los seres merodeadores de la noche. Debido a que esta sexualidad onírica fractura el yo, dejándolo abierto a intrusiones, desde la Antigüedad se han desarrollado estos relatos de cópulas en sueños con los diablos, los espíritus, los demonios, es decir, verdaderos maridajes oscuros, como con esos "maridos de la noche" de los que hablan en África central. Dicho de otro modo, durante su sueño, muy profundamente dormida y sexualmente abierta, la persona no puede resistir las peticiones de los seres. Las cosas cambiaron durante el siglo XIX. Atrapado en medio del movimiento, el psicoanálisis estaba convencido de que, al referirse al deseo del sujeto, había logrado expulsar a los demonios visitantes de los sueños. Las observaciones recientes, que han demostrado que estas turgencias oníricas son periódicas, profundamente articuladas con las fases del sueño, en una palabra, instintivas, relanzaron la cuestión de los antiguos. El sueño extiende en su propio espacio una sexualidad desatada. Los personajes que en él se fijan, durante un sueño o quizá varios, han penetrado de hecho en su intimidad. Cuando estos personajes son desconocidos, debemos considerar que se trata de seres. De esta forma deben ser considerados por ejemplo los sueños de Teresa de Ávila, quien sabía, al salir de sus noches, que había amado a Dios; al igual que los de sor Juana de los Ángeles, superiora del convento de las Ursulinas de Loudun, quien por su parte se había relacionado con todo tipo de diablos. Todo ocurre en efecto como si la persona hubiese lanzado las redes de su erotismo durante estos momentos de la noche, desplegado todas sus capacidades relaciónales, incluidas las sexuales, hasta que los seres se encuentran atrapados.
Tales sueños son típicamente aquéllos para los que la interpretación consiste principalmente en prescripciones. En primer lugar, se ha de identificar al ser o los seres y darles un estatus en el mundo normal de la vigilia. "El hombre de su sueño era el abuelo Hubert. Ha regresado porque sus descendientes ni siquiera se hablan y están diseminados por toda Europa. Usted será el encargado de reconstituir la familia" El segundo paso se desprende del primero. No será necesariamente formulado. No es seguro que el soñante esperará hasta que así se le aconseje para retomar el contacto con sus primos. Y el sueño ocurrirá en el mundo de la vigilia. De una relación sexual incomprensible, vivida en sueños con un desconocido, podrá derivarse una gran explicación familiar.
Jaume Guinot
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