Durante el embarazo los futuros padres se avecinan un nuevo cambio, y se preparan para ello físicamente, mentalmente e intentan establecer un entorno lo más confortable para el nuevo miembro de la familia. A finales del embarazo hay prisas, ganas, ilusiones e incluso se llega al punto de desesperación por conocer a esa nueva persona. Se conocen por experiencias de otros los cambios que se vivirán pero no llegan a asustar (y tampoco debería ser así), ya que la ilusión lo mueve todo.
Pero algo pasa des del primer día de la maternidad, y es que a partir de ese momento no existen treguas ni mapas de ruta a seguir. El desconocimiento nos invade, todo se vuelve difuso, desordenado, caótico y sin un rumbo a seguir, es un viaje totalmente a ciegas, y es en ese momento donde la madre debe conectar con su bebé y aprender día tras día a leer a través de sus mensajes "ocultos" aquello que necesita, ya que aquí el conocimiento no vale. Debemos sumergirnos en él, en nuestro inconsciente, y esto…a veces da miedo.
Tal y como lo describe Laura Gutman "Ése es el momento mágico, el instante sublime en que el bebé que sencillamente llora, nos conduce suavemente por el camino del auto descubrimiento. El bebé recién nacido nos conduce a niveles etéreos donde no hay mucho para pensar ni para hacer, salvo entrar en sintonía con el alma.
Es aquí cuando nuestro Yo se transforma, ya que nos vemos "obligados" a enfrentarnos de nuevo con nuestros miedos, inseguridades, etc… todo aquello que teníamos aparcado y no quisimos volver a experimentar. Debemos volver a conectar con nuestro "bebé interior", aquello que sentimos y fuimos para poder entender todo lo sucedido.
Es durante la noche cuando nos abruma el cansancio y ya desistimos en todo, únicamente queremos dormir un par de horas o tan siquiera una hora. Es aquí cuando esa etapa (etapa si) se nos hace eterna, vulnerables y no existe consuelo. Y es aquí cuando nuestra identidad entra en juego con el bebé, con sus lloros inconsolables, con sus necesidades, con su hambre nocturna que puede durar hasta el amanecer, etc… Es aquí cuando conectamos con lo vivido en nuestra etapa primaria.
Si hemos sido unos bebés poco atendidos, nos han dejado en la mecedora en vez de ser mecidos en brazos, nos ha faltado contacto de nuestro progenitor en cuanto sentíamos un malestar porque en aquellos tiempos (y aún en los nuestros), se decía que llorar era muy bueno para los pulmones… Entonces cuál será nuestra conducta? Irremediablemente actuaremos de la misma forma, nos resistiremos a conectar con él y entraremos en un bucle donde el desconsuelo nos atormentará.
Es aquí cuando debemos romper con esas resistencias y dejarnos fluir con nuestro recién nacido, dejar de mirar el reloj por la noche, dejarnos llevar por sus necesidades, tratar de comprender su malestar y darle lo único que necesita, seguridad, brazos y atención. Además de confiar en nuestra capacidad de escucha e instinto maternal. Ya que es bien sabido que si un bebé-niño delante de un malestar ve en sus progenitores una respuesta de angustia, entonces él delante de una futura situación que no sepa manejar se angustiará. Todo tiene un porqué.
Bibliografía:
L,Gutman (2007), Crianza, violencias invisibles y adicciones, RBA Libros.
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