La sociedad actual muestra una actitud ambivalente hacia la muerte: por un lado, se intenta ocultar, no se habla abiertamente de ella y se considera tabú. Al mismo tiempo, podemos constatar su extrema ubicuidad. La muerte nos rodea por todos lados: está presente en las noticias, las películas, el lenguaje corriente, e incluso en los dibujos animados.
La muerte forma parte de la vida. Ser capaz de comprender la muerte, de atravesar las etapas del duelo de manera sana y seguir viviendo con eficacia es esencial para el bienestar del niño y, por supuesto, de cualquier persona. Poder llorar la muerte de un ser querido adecuadamente y afrontarla antes de que se produzca, en el momento en que ocurre, y sobre todo después, hace que el niño crezca sin sentirse culpable, deprimido, enojado o asustado. Hablar sobre la muerte y el dolor inherente a ella es un paso esencial para convertirse en un ser humano emocionalmente sano.
Sin embargo, resulta muy habitual pensar que los niños pequeños no deben enterarse de las muertes (no están preparados, les va a afectar muy negativamente o, sencillamente, no van a comprender lo que ocurre). Muchos padres piensan que deben proteger a sus hijos evitando que conozcan la existencia de la muerte, pese a que se hallan diariamente expuestos a ella. Los niños deben tener la oportunidad de aprender sobre la muerte en su vida cotidiana, por ejemplo, si se encuentra un pajarito muerto en la calle, los padres deberían aprovechar la oportunidad para enseñar los conceptos básicos de la muerte y el dolor que causa. Si los niños aprenden sobre ella de una manera sensible y natural, desarrollan una buena capacidad para afrontar futuros golpes. Es decir, habría que llevar a cabo cierta labor de prevención.
El exceso de protección no es bueno; no debemos subestimar a los niños. Ellos se dan cuenta de todo lo que les rodea, y si perciben algo raro y nadie les informa de lo que sucede, recurren a su propia especulación y fantasía, lo que aumenta su miedo, angustia y confusión.
Cuando nos encontramos ante la muerte de un familiar, una enfermedad incurable, o incluso una separación, hemos de explicarlo a los niños y adolescentes de una manera sencilla, natural y con mucho cariño, haciéndoles saber que cuentan con nuestro amor y apoyo. Que estamos a su lado y compartimos su dolor. No se debe ocultar la propia tristeza, porque entonces los niños podrían reprimir sus sentimientos y esto es algo totalmente insano. Es necesario expresar el dolor. Por ejemplo, el dibujo es una excelente herramienta para hacerlo, o la escritura de cartas o poemas si son más mayores.
Tampoco se debe apartar al niño si se produce una muerte (enviarlo con familiares o amigos). Deben estar cerca de la familia en los momentos difíciles. De lo contrario, se sentirán engañados, desplazados y excluidos, lo que no hará sino incrementar su dolor.
Nunca se deben emplear eufemismos para referirse a la muerte. Los niños, sobre todo si son pequeños, los toman en sentido literal. De manera que si se les dice "papá se ha ido dormir y no se va a despertar", "Dios se ha llevado a mamá al cielo" o "hemos perdido a tu hermano", pueden desarrollar terribles miedos a irse a dormir, a perderse o a que el progenitor que no ha muerto desaparezca, desear ir ellos también al cielo, etc. Por otro lado, dada esta tendencia literal, al explicar que alguien ha muerto a causa de una enfermedad o de su avanzada edad, se recomienda hacer énfasis en el "muy": estaba muy, muy, muy, muy enfermo, era muy, muy, muy viejecito.
No existe una fórmula mágica para guiar a los niños a través del proceso de duelo, puesto que cada niño es un individuo único. La situación dependerá, además, de muy diversos factores como el vínculo del niño con la persona enferma o fallecida, el rol que este desempeñaba en el seno familiar, las circunstancias del deceso, la edad del niño y su grado de desarrollo cognitivo y madurativo…
El conocimiento de la muerte se va construyendo con la edad: comienza bajo la forma de pensamientos mágicos (no se comprende su realidad), por lo que hasta los 6 ó 7 años los niños pueden creer que la persona fallecida va a volver, se va a curar o a despertar de repente, o que puede oírles y verles. Por lo que siempre hemos de transmitir y dejar claros tres componentes de la muerte:
- Es irreversible, concluyente y permanente
- Se identifica por la desaparición de las funciones vitales
- Es universal; todos debemos morir
- Dedícales un tiempo
- Permanece a su lado
- Deja que los demás te ayuden
- Abandona ideas preconcebidas
- Dales la oportunidad de expresarse
- Anímalos a hacer actividades físicas
- Si es necesario, recurre a un grupo de apoyo
Mariola Lorente | Equipo UP
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