La dislexia no es obstáculo
Beatriz tenía seis años y cursaba 1° de escuela cuando su maestra notó que algo no andaba bien; tenía más dificultades que las normales para aprender a leer y escribir. La odisea fue larga. Del psicólogo al médico, de los tests a los encefalogramas, de 1° a 4° de primaria, y nada le encontraban. Los resultados siempre eran buenos, pero los problemas escolares no se iban. Uno tras otro, los docentes de turno no entendían por qué una niña con buena comprensión lectora y excelente expresión no podía leer ni escribir correctamente. En 5°, una maestra nueva se integró a la institución y le tomó solo un par de meses darse cuenta: "Tú sos disléxica". Otra vez análisis, esta vez específicos, lo corroboraron. La revelación no solo llevó luz y alivio a la propia Beatriz, sino también a su padre y abuelo, que por primera vez entendieron que ellos padecían de lo mismo. "La dislexia es hereditaria. Con lo que pasó conmigo, ellos descubrieron lo que tenían. Nunca antes lo habían sospechado. Mi abuelo menos; simplemente lo daban por burro. Para él, incluso ya grande, fue increíble saber que ese problema que había tenido toda la vida tenía un nombre y que era algo que se podía tratar, que no era `corto de mente`", dice Beatriz, hoy estudiante de Diseño de 28 años.
Y si no, que le pregunten a Bill Gates o repasen las biografías de Albert Einstein, Pablo Picasso, Leonardo Da Vinci, Walt Disney o Winston Churchill, todos ilustres disléxicos, que hicieron a un lado sus dificultades para leer y escribir -de eso consta el trastorno neuropsicológico conocido como dislexia: una disfunción en el hemisferio izquierdo del cerebro, que tiene un componente genético- e hicieron historia en campos varios.
Se estima que entre un 3% y un 10% de la población mundial sufre esta patología. En Uruguay, la maestra especializada en problemas de aprendizaje Verónica Roo ubica la cifra en 5%: más de 150.000 personas. No obstante, tal como lo demuestran los casos de los familiares de Beatriz, hasta hace algunos años el trastorno estaba subdiagnosticado al confundirse con falta de atención o entendimiento. Pero la dislexia no afecta a la inteligencia en ningún nivel. De ahí que muchas veces desconcierte a quienes no están preparados para tratarla.
Algo así puede leer, o escribir, un disléxico, en lugar de "cómo se diagnostica". Su trastorno lo lleva a mezclar, omitir o agregar letras, sílabas o palabras enteras, entre otras cosas (ver servicio). Así, en los primeros años, la lectura se vuelve una tarea tediosa, lenta e insufrible, que por transición afecta a la escritura.
Pero también es cierto que a veces esas mismas características se presentan en el proceso natural de un niño que aprende a leer. Por eso, para realizar un diagnóstico efectivo, lo primero es esperar que la función lecto-escritora esté instalada, y esto es entre los 7 y 8 años. "Si no, es como decir que un niño tiene trastornos de la marcha antes del año, cuando todavía no cumplió con el período que le lleva desarrollar esa función -aclara Roo-. Por eso, a los 5 o 6 años no se puede diagnosticar como tal. Sí se puede hacer una evaluación y, si se encuentran indicadores, intervenir y luego confirmarlo con la evolución".
La maestra, que se desempeña en la Clínica de Neurología Infantil, opina que hoy el trastorno debería ser más fácil de identificar, y ha atestiguado cómo muchos recién de adultos se enteran de que son disléxicos. "Cuando vienen niños a la clínica, te encontrás con padres que te dicen: `Ah, a mí seguramente me pasaba lo mismo`. Se entendía como un problema de inteligencia. Ahora se hila mucho más fino. El primero que lo ve es el maestro de clase, o el padre al comparar con un hermano y ver que el proceso es diferente. Otra cosa que se escucha con frecuencia es: `Ya le dijimos muchas veces que lo escriba de esta manera y lo vuelve a escribir siempre igual`", relata.
Lo primero que se debe hacer es descartar que el pobre rendimiento en la lectura no obedece a un bajo coeficiente intelectual, un déficit sensorial (problemas para ver u oír), un trastorno de la atención, o a la carencia de herramientas educativas necesarias. Si todos estos factores fueron eliminados, entonces sí puede pensarse en un diagnóstico de dislexia, explica por su parte la neuropediatra Cristina Scavone.
En el caso de Lucía, de 31 años, quien se dio cuenta de su patología fue su madre. "Notó que yo cambiaba las letras al hablar", cuenta esta actual archivóloga y estudiante de Licenciatura en Historia. Tenía 8 años cuando, luego de los tests correspondientes, supo que era disléxica. Con el diagnóstico en mano, su madre habló con la dirección del colegio privado al que asistía, pero lo único que cosechó fue incomprensión con un toque de intolerancia. "Me dieron la opción de dejarme repetidora o sacarme del colegio. No tenían ni idea de cómo tratar el tema, ni les interesaba. Así que me fui de ahí y pasé a otra escuela", recuerda.
Si bien a partir de entonces contó durante un tiempo con la asistencia de una psicopedagoga, ella destaca la ayuda de sus padres. "Siempre me hacían leer y me leían en voz alta, hasta en el liceo, los textos que tenía que estudiar. O se grababan y luego yo leía y escuchaba a la vez".
Cuando hay sospecha de dislexia, lo primero que debe hacerse es consultar con el pediatra del chico, aconseja Roo. Así se le dará un pase a neuropediatra y, de confirmarse el diagnóstico, se debe tratar con un maestro especializado en trastornos del aprendizaje.
De ahí en más, no hay fórmulas de manual, pero sí estrategias para acompañar el proceso del niño y ayudarlo con las tareas escolares primero, y liceales después. La dislexia no se cura, pero con un acompañamiento adecuado en las primeras etapas -la duración depende de cada persona- se logra incorporar herramientas para mitigar sus efectos, o aprender a manejarlos.
Pero también es cierto que las instituciones educativas no siempre están preparadas para enfrentar estas situaciones. Mientras Beatriz admite que muchas veces se amparó en exceso en su dislexia para justificar errores, Lucía relata que, aunque contara con una constancia que certificaba su patología, tuvo profesores que no dudaron en propinarle un: "Vos no tenés ningún problema, lo que te pasa es porque no prestás atención".
La maestra Roo sostiene que el trastorno debe ser contemplado por los docentes, sin que esto signifique darles ventaja, sino, por el contrario, equiparar posibilidades. "Por ejemplo, en el caso de un adolescente, es muy difícil que en el liceo evalúen cuánto un disléxico sabe de Historia por lo que escribe. Hay que darle otra oportunidad: puede resultarle más fácil una prueba oral, o un escrito de múltiple opción", explica.
En el centro de reeducación al que asistió Beatriz a lo largo de tres años -en paralelo con los cursos regulares de 5° y 6° de escuela y luego 1° de liceo-, trataba los mismos temas que los curriculares (gramática, sintaxis, matemática), pero con métodos distintos de aprehensión de la información.
Una vez que la patología está compensada, la persona puede desarrollar todo su potencial de aprendizaje. "Siempre van a quedar secuelas -matiza Roo- como trastornos importantes de ortografía o lentitud en la lectura, pero con una intervención el chico logra un rendimiento acorde a su grupo de referencia".
la vida de adulto. Las dificultades ocasionadas por la dislexia trascienden el ámbito del estudio. Beatriz se ha subido al ómnibus 114 convencida de que era el 141, por ejemplo. Un disléxico también puede tener dificultades motrices o de coordinación del espacio (no saber identificar izquierda y derecha), problemas para ubicar una calle o para leer correctamente la hora. Y por todo eso, no faltan las derivaciones psicológicas.
"Para mí está muy relacionado con las trabas emocionales que te genera, la vergüenza. Como sé que al leer en voz alta voy a cometer errores, me pongo nerviosa y se me hace más difícil todavía. Ves los dibujos de las letras, pero no entendés el significado, no las podés pronunciar, no sabés si es una F o una E, es como si estuviera en otro idioma. Por ahí venís leyendo bien y de repente decís: ¿estos símbolos qué son? El cerebro no codifica. Querés escribir una cosa y la mano escribe otra", ilustra Beatriz.
Los expertos confirman que existe una predisposición genética a padecer este trastorno -es hereditario-, pero todavía no están claros todos los factores implicados en su desarrollo. También puede obedecer a complicaciones en el embarazo o el parto, o lesiones cerebrales. Incluso es posible que se desencadene de adulto, a raíz de un traumatismo fuerte (en esos casos se denomina "dislexia adquirida", a diferencia de la "evolutiva", que es la que se padece de nacimiento).
Una vez detectada, el tiempo que transcurre hasta que se restituye la función lectora -algo que nunca se volverá "normal", ya que es un cerebro que procesa diferente, aclara Roo- depende de la persona tratada.
Lucía cuenta que hasta el día de hoy carga con un diccionario por si necesita consultarlo para escribir una palabra. O que el mismo libro que una persona con la habilidad lectora intacta termina en una semana, a ella le tomará tres. "Me puede pasar que lo leo al revés. Que en lugar de `sal`, leo `sol`. Tengo que hacerlo dos veces. Al escribir me olvido si `ojo` lleva o no lleva h, o no sé cómo poner `árbol`; es decir, me pasa con las palabras simples, me olvido. Cambio la `b` por la `p`, invierto sujeto y predicado. Los números los veo al revés siempre, aunque eso nunca me trajo problemas en matemáticas", sostiene. De hecho, muchas veces los disléxicos son mejores que el promedio para la ciencia de los números; les puede costar entender el enunciado de un problema, pero no el problema en sí.
Sin embargo, Lucía actualmente estudia Licenciatura en Historia, una carrera que definitivamente no le escapa a la lectura. Aún así, la elección tuvo en cuenta el proceso de calificación: no hay exámenes ni parciales en clase -algo que ella le terminó generando "terror y pánico"-, sino que todo transcurre en base a trabajos realizados en su casa.
Beatriz, por su parte, además de seguir estudiando, hoy también se desempeña como docente y más de una vez, a alumnos que se le han acercado a advertirle que padecen dislexia, les contesta: "Todo bien, yo también lo soy así que te entiendo, pero no justifica que entregues un trabajo con faltas de ortografía porque un profesional no puede permitirse eso. Entonces, buscá a un familiar, un amigo o un vecino que te lo lea. Tenemos que ser conscientes de nuestra dificultad, pero no ampararnos en ella".
La experiencia de Lucía lo corrobora. Hasta el día de hoy ella sigue acudiendo a sus padres para que corrijan sus escritos antes de entregarlos, por si tienen errores de sintaxis o de ortografía. O de lo contrario, se somete al diccionario del informático Microsoft Word, gentileza de un eximio disléxico.
Tom Cruise. El actor de 41 años, una de las máximas estrellas de Hollywood, ha relatado en varias entrevistas cómo vivió la dislexia en su infancia. Asegura que la Cienciología lo ayudó a superarlo.
Disléxicos famosos
Bill Gates. De 56 años, es el informático más famoso del mundo. Creador de la empresa Microsoft, productora de los sistemas operativos más utilizados, ostenta una de las mayores fortunas del planeta.
Pablo Picasso. Fue uno de los pintores españoles más prolíficos y prestigiosos, cocreador del movimiento cubista. Para algunos, la distorsión de la imagen causada por la dislexia pudo influir en su obra.
Albert Einstein. Considerado el científico más importante del siglo XX, este físico alemán creador de la Teoría de la Relatividad es sinónimo de genialidad. De niño tenía problemas de aprendizaje.
Las cifras
150.000 Serían los uruguayos con dislexia si se considera una prevalencia promedio de 5%, estimada por expertos.
3% Según el País, en el mundo la cifra de prevalencia de personas con dislexia oscila entre 3% y 10%.
Síntomas comunes
Confusión de letras de sonidos o formas semejantes (d por b, p por q, u por n, d por p, etc.). Por ejemplo, pueden escribir "qocos" en lugar de "pocos", o "ba" por "da".
Rotación de letras. Omisión y/o mezcla de sílabas, letras y palabras. Ejemplo: "ni" en vez de "niño", "faol" en lugar de "farol", "tanvena" por "ventana".
Disociaciones. El disléxico fragmenta la palabra o suelda las sílabas: escribe "lape lo ta defa bio", y no "la pelota de Fabio".
Dificultades expresivas.
Problemas para identificar las letras y los sonidos asociados.
Historia familiar con problemas de lecto-escritura.
Inconvenientes para decodificar palabras aisladas.
Dificultades más importantes para leer palabras raras.
Lectura lenta, con errores y muy laboriosa.
Trastornos en la coordinación motora, problemas para leer la hora (rotación en los números), confusión del espacio.
Y si no, que le pregunten a Bill Gates o repasen las biografías de Albert Einstein, Pablo Picasso, Leonardo Da Vinci, Walt Disney o Winston Churchill, todos ilustres disléxicos, que hicieron a un lado sus dificultades para leer y escribir -de eso consta el trastorno neuropsicológico conocido como dislexia: una disfunción en el hemisferio izquierdo del cerebro, que tiene un componente genético- e hicieron historia en campos varios.
Se estima que entre un 3% y un 10% de la población mundial sufre esta patología. En Uruguay, la maestra especializada en problemas de aprendizaje Verónica Roo ubica la cifra en 5%: más de 150.000 personas. No obstante, tal como lo demuestran los casos de los familiares de Beatriz, hasta hace algunos años el trastorno estaba subdiagnosticado al confundirse con falta de atención o entendimiento. Pero la dislexia no afecta a la inteligencia en ningún nivel. De ahí que muchas veces desconcierte a quienes no están preparados para tratarla.
Algo así puede leer, o escribir, un disléxico, en lugar de "cómo se diagnostica". Su trastorno lo lleva a mezclar, omitir o agregar letras, sílabas o palabras enteras, entre otras cosas (ver servicio). Así, en los primeros años, la lectura se vuelve una tarea tediosa, lenta e insufrible, que por transición afecta a la escritura.
Pero también es cierto que a veces esas mismas características se presentan en el proceso natural de un niño que aprende a leer. Por eso, para realizar un diagnóstico efectivo, lo primero es esperar que la función lecto-escritora esté instalada, y esto es entre los 7 y 8 años. "Si no, es como decir que un niño tiene trastornos de la marcha antes del año, cuando todavía no cumplió con el período que le lleva desarrollar esa función -aclara Roo-. Por eso, a los 5 o 6 años no se puede diagnosticar como tal. Sí se puede hacer una evaluación y, si se encuentran indicadores, intervenir y luego confirmarlo con la evolución".
La maestra, que se desempeña en la Clínica de Neurología Infantil, opina que hoy el trastorno debería ser más fácil de identificar, y ha atestiguado cómo muchos recién de adultos se enteran de que son disléxicos. "Cuando vienen niños a la clínica, te encontrás con padres que te dicen: `Ah, a mí seguramente me pasaba lo mismo`. Se entendía como un problema de inteligencia. Ahora se hila mucho más fino. El primero que lo ve es el maestro de clase, o el padre al comparar con un hermano y ver que el proceso es diferente. Otra cosa que se escucha con frecuencia es: `Ya le dijimos muchas veces que lo escriba de esta manera y lo vuelve a escribir siempre igual`", relata.
Lo primero que se debe hacer es descartar que el pobre rendimiento en la lectura no obedece a un bajo coeficiente intelectual, un déficit sensorial (problemas para ver u oír), un trastorno de la atención, o a la carencia de herramientas educativas necesarias. Si todos estos factores fueron eliminados, entonces sí puede pensarse en un diagnóstico de dislexia, explica por su parte la neuropediatra Cristina Scavone.
En el caso de Lucía, de 31 años, quien se dio cuenta de su patología fue su madre. "Notó que yo cambiaba las letras al hablar", cuenta esta actual archivóloga y estudiante de Licenciatura en Historia. Tenía 8 años cuando, luego de los tests correspondientes, supo que era disléxica. Con el diagnóstico en mano, su madre habló con la dirección del colegio privado al que asistía, pero lo único que cosechó fue incomprensión con un toque de intolerancia. "Me dieron la opción de dejarme repetidora o sacarme del colegio. No tenían ni idea de cómo tratar el tema, ni les interesaba. Así que me fui de ahí y pasé a otra escuela", recuerda.
Si bien a partir de entonces contó durante un tiempo con la asistencia de una psicopedagoga, ella destaca la ayuda de sus padres. "Siempre me hacían leer y me leían en voz alta, hasta en el liceo, los textos que tenía que estudiar. O se grababan y luego yo leía y escuchaba a la vez".
Cuando hay sospecha de dislexia, lo primero que debe hacerse es consultar con el pediatra del chico, aconseja Roo. Así se le dará un pase a neuropediatra y, de confirmarse el diagnóstico, se debe tratar con un maestro especializado en trastornos del aprendizaje.
De ahí en más, no hay fórmulas de manual, pero sí estrategias para acompañar el proceso del niño y ayudarlo con las tareas escolares primero, y liceales después. La dislexia no se cura, pero con un acompañamiento adecuado en las primeras etapas -la duración depende de cada persona- se logra incorporar herramientas para mitigar sus efectos, o aprender a manejarlos.
Pero también es cierto que las instituciones educativas no siempre están preparadas para enfrentar estas situaciones. Mientras Beatriz admite que muchas veces se amparó en exceso en su dislexia para justificar errores, Lucía relata que, aunque contara con una constancia que certificaba su patología, tuvo profesores que no dudaron en propinarle un: "Vos no tenés ningún problema, lo que te pasa es porque no prestás atención".
La maestra Roo sostiene que el trastorno debe ser contemplado por los docentes, sin que esto signifique darles ventaja, sino, por el contrario, equiparar posibilidades. "Por ejemplo, en el caso de un adolescente, es muy difícil que en el liceo evalúen cuánto un disléxico sabe de Historia por lo que escribe. Hay que darle otra oportunidad: puede resultarle más fácil una prueba oral, o un escrito de múltiple opción", explica.
En el centro de reeducación al que asistió Beatriz a lo largo de tres años -en paralelo con los cursos regulares de 5° y 6° de escuela y luego 1° de liceo-, trataba los mismos temas que los curriculares (gramática, sintaxis, matemática), pero con métodos distintos de aprehensión de la información.
Una vez que la patología está compensada, la persona puede desarrollar todo su potencial de aprendizaje. "Siempre van a quedar secuelas -matiza Roo- como trastornos importantes de ortografía o lentitud en la lectura, pero con una intervención el chico logra un rendimiento acorde a su grupo de referencia".
la vida de adulto. Las dificultades ocasionadas por la dislexia trascienden el ámbito del estudio. Beatriz se ha subido al ómnibus 114 convencida de que era el 141, por ejemplo. Un disléxico también puede tener dificultades motrices o de coordinación del espacio (no saber identificar izquierda y derecha), problemas para ubicar una calle o para leer correctamente la hora. Y por todo eso, no faltan las derivaciones psicológicas.
"Para mí está muy relacionado con las trabas emocionales que te genera, la vergüenza. Como sé que al leer en voz alta voy a cometer errores, me pongo nerviosa y se me hace más difícil todavía. Ves los dibujos de las letras, pero no entendés el significado, no las podés pronunciar, no sabés si es una F o una E, es como si estuviera en otro idioma. Por ahí venís leyendo bien y de repente decís: ¿estos símbolos qué son? El cerebro no codifica. Querés escribir una cosa y la mano escribe otra", ilustra Beatriz.
Los expertos confirman que existe una predisposición genética a padecer este trastorno -es hereditario-, pero todavía no están claros todos los factores implicados en su desarrollo. También puede obedecer a complicaciones en el embarazo o el parto, o lesiones cerebrales. Incluso es posible que se desencadene de adulto, a raíz de un traumatismo fuerte (en esos casos se denomina "dislexia adquirida", a diferencia de la "evolutiva", que es la que se padece de nacimiento).
Una vez detectada, el tiempo que transcurre hasta que se restituye la función lectora -algo que nunca se volverá "normal", ya que es un cerebro que procesa diferente, aclara Roo- depende de la persona tratada.
Lucía cuenta que hasta el día de hoy carga con un diccionario por si necesita consultarlo para escribir una palabra. O que el mismo libro que una persona con la habilidad lectora intacta termina en una semana, a ella le tomará tres. "Me puede pasar que lo leo al revés. Que en lugar de `sal`, leo `sol`. Tengo que hacerlo dos veces. Al escribir me olvido si `ojo` lleva o no lleva h, o no sé cómo poner `árbol`; es decir, me pasa con las palabras simples, me olvido. Cambio la `b` por la `p`, invierto sujeto y predicado. Los números los veo al revés siempre, aunque eso nunca me trajo problemas en matemáticas", sostiene. De hecho, muchas veces los disléxicos son mejores que el promedio para la ciencia de los números; les puede costar entender el enunciado de un problema, pero no el problema en sí.
Sin embargo, Lucía actualmente estudia Licenciatura en Historia, una carrera que definitivamente no le escapa a la lectura. Aún así, la elección tuvo en cuenta el proceso de calificación: no hay exámenes ni parciales en clase -algo que ella le terminó generando "terror y pánico"-, sino que todo transcurre en base a trabajos realizados en su casa.
Beatriz, por su parte, además de seguir estudiando, hoy también se desempeña como docente y más de una vez, a alumnos que se le han acercado a advertirle que padecen dislexia, les contesta: "Todo bien, yo también lo soy así que te entiendo, pero no justifica que entregues un trabajo con faltas de ortografía porque un profesional no puede permitirse eso. Entonces, buscá a un familiar, un amigo o un vecino que te lo lea. Tenemos que ser conscientes de nuestra dificultad, pero no ampararnos en ella".
La experiencia de Lucía lo corrobora. Hasta el día de hoy ella sigue acudiendo a sus padres para que corrijan sus escritos antes de entregarlos, por si tienen errores de sintaxis o de ortografía. O de lo contrario, se somete al diccionario del informático Microsoft Word, gentileza de un eximio disléxico.
Tom Cruise. El actor de 41 años, una de las máximas estrellas de Hollywood, ha relatado en varias entrevistas cómo vivió la dislexia en su infancia. Asegura que la Cienciología lo ayudó a superarlo.
Disléxicos famosos
Bill Gates. De 56 años, es el informático más famoso del mundo. Creador de la empresa Microsoft, productora de los sistemas operativos más utilizados, ostenta una de las mayores fortunas del planeta.
Pablo Picasso. Fue uno de los pintores españoles más prolíficos y prestigiosos, cocreador del movimiento cubista. Para algunos, la distorsión de la imagen causada por la dislexia pudo influir en su obra.
Albert Einstein. Considerado el científico más importante del siglo XX, este físico alemán creador de la Teoría de la Relatividad es sinónimo de genialidad. De niño tenía problemas de aprendizaje.
Las cifras
150.000 Serían los uruguayos con dislexia si se considera una prevalencia promedio de 5%, estimada por expertos.
3% Según el País, en el mundo la cifra de prevalencia de personas con dislexia oscila entre 3% y 10%.
Síntomas comunes
Confusión de letras de sonidos o formas semejantes (d por b, p por q, u por n, d por p, etc.). Por ejemplo, pueden escribir "qocos" en lugar de "pocos", o "ba" por "da".
Rotación de letras. Omisión y/o mezcla de sílabas, letras y palabras. Ejemplo: "ni" en vez de "niño", "faol" en lugar de "farol", "tanvena" por "ventana".
Disociaciones. El disléxico fragmenta la palabra o suelda las sílabas: escribe "lape lo ta defa bio", y no "la pelota de Fabio".
Dificultades expresivas.
Problemas para identificar las letras y los sonidos asociados.
Historia familiar con problemas de lecto-escritura.
Inconvenientes para decodificar palabras aisladas.
Dificultades más importantes para leer palabras raras.
Lectura lenta, con errores y muy laboriosa.
Trastornos en la coordinación motora, problemas para leer la hora (rotación en los números), confusión del espacio.
fuente: elpais
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