Cada vez con más frecuencia, criminólogos y biólogos unen fuerzas para resolver toda clase de delitos. En una época con tantas certezas como dudas, la polémica y las preguntas permanecen: ¿qué papel desempeñan los genes en los crímenes?
Hace menos de 20 años el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos de golpe retiró los fondos para la organización de una conferencia sobre genética y crimen debido a las protestas que se alzaron indignadas aduciendo que la idea contenía cierto tufillo a eugenismo. El presidente de la Asociación de Psicólogos Negros del momento declaró que semejante investigación era en sí misma "una forma flagrante de estereotipo y racismo".
Esta historia contaminada respecto de la utilización de la biología para explicar el comportamiento criminal ha llevado a los criminólogos a rechazar o ignorar la genética y concentrarse en causas sociales: pobreza, adicciones corrosivas, armas. Ahora que ya se llevó a cabo la secuenciación del genoma humano y científicos de todo el mundo realizan estudios genéticos en áreas tan variadas como el alcoholismo y la afiliación a partidos políticos, los criminólogos vuelven con cautela al tema. Un pequeño grupo de especialistas está analizando de qué manera los genes podrían elevar el riesgo de cometer un crimen y si dicho rasgo o disposición criminal puede heredarse.
El cambio de rumbo se vio en la conferencia del Instituto Nacional de Justicia en Arlington, Virginia, que se realizó en junio pasado. El día de la apertura, toda clase de criminólogos asistieron a charlas sobre la creación de bases de datos para información sobre el ADN y "nuevos indicadores genéticos" que están descubriendo los científicos forenses.
"En los últimos 30 a 40 años, la mayoría de los criminólogos no podía decir la palabra 'genética' sin escupir", señaló Terrie E. Moffitt, científica conductista de la Universidad Duke. "Hoy las teorías modernas más sólidas sobre el crimen y la violencia unen los temas sociales y biológicos".
Los investigadores estiman que por lo menos cien estudios han demostrado que los genes de-sempeñan un papel en los crímenes. "Avances metodológicos muy buenos han permitido que se esté llevando a cabo una amplia gama de trabajo genético", dijo el criminólogo John H. Laub de la Universidad de Maryland. Junto con otros, Laub se esfuerza por hacer hincapié, no obstante, en que los genes son regidos por el medio ambiente, que puede aplacar o agravar los impulsos violentos. Muchas personas con la misma tendencia genética para la agresividad nunca dan un puñetazo en tanto que otras sin tenerla podrían ser criminales profesionales.
El tema sigue planteando espinosas cuestiones éticas y políticas. ¿Una predisposición genética debe influir a la hora de dictar sentencia? ¿Los tests genéticos podrían usarse para crear programas de rehabilitación a medida de criminales individuales? ¿Habría que identificar a los adultos o niños con un indicador biológico para la violencia? Todos en este campo coinciden en que no hay un "gen del crimen". Lo que está buscando la mayoría de los investigadores son rasgos heredados vinculados a la agresión y a comportamientos antisociales, los que a su vez pueden llevar al crimen violento. No esperemos que nadie descubra de qué manera el ADN de una persona puede llegar a identificar al próximo Bernard L. Madoff.
Ese es precisamente el problema, señala Troy Duster, profesor de sociología y bioética en la Universidad de Nueva York, quien sostiene que los estudios analizan no el comportamiento sin remordimiento y rapaz de los ricos y poderosos sino la conducta de las minorías desfavorecidas. "Cada época cree que la tecnología y la metodología han mejorado –indicó–, pero la ciencia en sí es problemática".
Un gen que se ha relacionado con la violencia regula la producción de la enzima monoamina oxidasa, que controla la cantidad de serotonina en el cerebro. Las personas con una versión del gen que produce menos cantidad de la enzima tienden a ser considerablemente más impulsivas y agresivas, pero, como Moffitt y su colega (y marido) Avshalom Caspi descubrieron, el efecto del gen es disparado por experiencias estresantes.
Steven Pinker, profesor de psicología en Harvard cuyo próximo libro, The Better Angels of Our Nature, sostiene que los humanos nos hemos vuelto menos violentos a través de los milenios, sugiere que para pensar sobre la genética y el crimen hay que empezar con la naturaleza humana y luego analizar qué es lo que hace que el conmutador para un rasgo particular se active o se desactive.
"No es una argumentación respecto de lo que diferencia a John de Bill, sino de que todos los varones son iguales", advirtió. Entender la genética de la violencia "nos dice qué aspecto del medio ambiente habría que observar".
Pinker menciona uno de los mayores factores de riesgo que llevan al crimen: quedarse solo en vez de casarse, una vinculación descubierta por Laub y Robert J. Sampson, un sociólogo de Harvard que fue co-ganador del Premio Estocolmo. El matrimonio puede servir de conmutador que dirige las energías masculinas concentrándolas en una familia en vez de competir con otros machos, indicó Pinker.
Kevin Beaver, profesor adjunto del Colegio de Criminología y Justicia Criminal de la Florida State University, dijo que la genética puede representar, por ejemplo, la mitad de la conducta agresiva de una persona, pero que ese 50% abarca a cientos o miles de genes que se expresan de manera diferente según el entorno.
Beaver justamente ha tratado de medir qué circunstancias – tener amigos delincuentes, vivir en un barrio desfavorecido – influyen en que aflore o no una predisposición a la violencia. Después de estudiar a gemelos y mellizos, llegó a un resultado sorprendente: en chicos varones no expuestos a factores de riesgo, la genética no incidió para nada en su conducta violenta. El entorno positivo había impedido que los conmutadores genéticos – para usar la palabra de Pinker– que afectan la agresión se activaran. En varones con ocho o más factores de riesgo, sin embargo, los genes explicaron 80% de su violencia. Sus conmutadores habían sido activados.
Un gran número de nuevas investigaciones se ha concentrado en el autocontrol además de la insensibilidad y la ausencia de compasión, rasgos generalmente involucrados en la decisión de cometer un crimen. Igual que otros rasgos de la personalidad, se cree que tienen componentes ambientales y genéticos, aunque se discute hasta qué punto pueden ser hereditarios.
En las conclusiones de un estudio a largo plazo de mil bebés nacidos en 1972 en una ciudad de Nueva Zelanda, Moffitt y sus colegas recientemente informaron que cuanto menos autodominio exhibía un niño o niña a la edad de tres años, más probabilidades tenía de cometer un crimen 30 años más tarde. Cuarenta y tres por ciento de los niños que se ubicaron en el quintil más bajo en cuanto a autocontrol fueron condenados más tarde por un crimen, dijo, contra 13% de los que habían obtenido un puntaje del quintil superior.
Pero una predisposición no es destino. "Saber que algo es heredado no nos dice de ninguna manera si cambiar el entorno lo mejorará", escribió Moffitt en un correo electrónico. "Por ejemplo, el autodominio se parece mucho a la altura, varía ampliamente en la población humana y es en gran medida heredable, pero si una intervención efectiva como una mejor alimentación se aplica a toda la población, todos son más altos que la última generación".
A los criminólogos y los sociólogos las causas genéticas del crimen siempre les han asustado más que a los psicólogos. En 2008, un sondeo realizado por John Paul Wright, que dirige programas de posgrado en la Escuela de Justicia Criminal de la Universidad de Cincinnati, descubrió que "en los últimos 20 años no se ha publicado ni un solo estudio sobre el vínculo biología-crimen en forma de tesis" en un programa de doctorado en justicia criminal, fuera de dos monografías que él mismo supervisó (una de las cuales era de Beaver). También las cuatro revistas más importantes en este campo habían publicado escasa investigación biológica en las últimas décadas. Wright piensa que "en criminología la marea está volviendo, especialmente entre los académicos más jóvenes".
No obstante, los trabajos recientes han tendido a ventilarse fuera de los principales foros de criminología. Beaver, por ejemplo, publicó un informe en la revista Biological Psychiatry en febrero, donde señalaba que los individuos adoptados cuyos padres biológicos habían violado la ley "tenían probabilidades considerablemente mayores de ser arrestados, sentenciados bajo palabra, encarcelados y arrestados múltiples veces en comparación con aquellas personas adoptadas cuyos padres biológicos no habían sido arrestados".
En la reunión de febrero de 2011 de la American Association for the Advancement of Science realizada, Adrian Raine, presidente del departamento de criminología de la Universidad de Pensilvania y pionero en el campo, presentó un trabajo en el que mostraba que las variaciones en partes del cerebro de un bebé que regulan las emociones –consideradas producto de los genes y el medioambiente– resultaron un buen indicador para predecir el comportamiento criminal más tarde en la vida.
Sampson, que tenía intención de asistir a la apertura de la conferencia del Instituto de Justicia, comentó que "la sociología no tiene que temerle a la investigación genética" pero sostuvo que las dudas más interesantes sobre el crimen –por ejemplo por qué algunas comunidades presentan una tasa de criminalidad más alta que otras– no se retrotraen a la genética. "Cuanto más sofisticada sea la investigación genética –dijo–, más demostrará la importancia del contexto social".
© The New York Times, 2011. Traducción de Cristina Sardoy.
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