Aquello de ver la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio quizás no sea del todo una cuestión de aprendizaje. Quizás, en realidad, la culpa la tenga nuestro cerebro
Esto, al menos, es lo que viene a explicarnos la investigación que vamos a comentar hoy. El estudio, denominado "The visual impact of gossip", llevado a cabo por los científicos norteamericanos Eric Anderson, Erika Siegel, Eliza Moreau y Lisa Barreto, y que fue publicado en la revista Science Express hace apenas una semana , pretendía valorar la trascendencia que tenían los rumores (gossip en inglés podría traducirse por habladurías) en el aprendizaje y la memorización posterior. Es decir: ¿Somos más capaces de recordar hechos asociados a chismes que otros sin esa carga? ¿Recordamos más los cotilleos que aquellos otros hechos que no tengan un componente negativo sobre las personas?
¿Cómo se realizó el estudio?
Para entender los resultados, hemos de definir un par de conceptos previamente. El primero es lógico: Para memorizar un hecho, antes hemos de percibirlo, ya sea porque lo vemos, porque lo escuchamos, lo olemos, lo degustamos o lo tocamos. Será el cerebro el que convierta esa percepción en datos para la memoria.
El segundo es el de rivalidad binocular. Su definición sería más o menos la siguiente: Imaginémonos que nos colocan un gran tabique que parte desde la punta de nuestra nariz hasta el infinito. Podemos ver un objeto con un ojo a un lado de dicha pared, y otro objeto separado, colocado al otro lado del muro, con el otro ojo. Pero no es posible ver ambos a la vez. El cerebro, en este caso, elimina la información aportada por uno de los ojos, y se queda con la que le lleva el otro. Por lo tanto, si cada ojo ve, por sí mismo un objeto, y sólo lo ve ese ojo, el cerebro decidirá cuál de los dos objetos percibidos desestimará. De forma que es como si no lo viese.
¿Y por qué objeto se decantará el cerebro? ¿Se puede predecir qué objeto priorizará nuestro sistema nervioso central a la hora de recoger información?
He aquí donde entra nuestro estudio. En una primera fase se mostraron una serie de caras neutras, sin ningún rasgo resaltante. A todas ellas se les asoció algún tipo de comentario: En algunos casos, el comentario era positivo ("esta persona es generosa con la comunidad"); en otros, se destacaba un defecto ("esta persona maltrata a los animales"); y a los restantes se les atribuyó un rumor de carga neutra (ni positivo ni negativo).
En una segunda fase, mediante un plafón, se separó la visión de ambos ojos (rivalidad binocular) y se les hizo ver a los participantes dos imágenes a la vez: Por un lado, alguna de las caras mostradas en la primera parte del estudio. Y en el campo visual del otro ojo, una vivienda. Y se estudió el tiempo que cada persona miraba cada una de las imágenes (esto es, con cada uno de los ojos, alternando uno y el otro campo visual)
¿Los resultados?
Los investigadores medían el tiempo en que cada participante veía una imagen (la aportada por un ojo), y el tiempo en que veía la imagen aportada por el ojo contralateral.
En el caso de las caras a las que se asoció un rumor neutro o uno positivo, la diferencia entre el tiempo que el cerebro de los participantes en el estudio "veía" una de estas caras y el tiempo que veían la vivienda apenas variaba. Es decir: Había una rivalidad binocular entre ambas imágenes sin un claro vencedor.
En el caso de las caras a las que se asoció un rumor neutro o uno positivo, la diferencia entre el tiempo que el cerebro de los participantes en el estudio "veía" una de estas caras y el tiempo que veían la vivienda apenas variaba. Es decir: Había una rivalidad binocular entre ambas imágenes sin un claro vencedor.
Sin embargo, cuando la imagen de la cara que veía el participante había sido asociada a un rumor negativo, su cerebro priorizaba esta imagen sobre la que le aportaba el otro ojo (la de la vivienda).
¿El motivo?
Quién sabe. Quizás forme parte del instinto de protección. Quizás sea una medida más tomada por nuestro cerebro para evitar potenciales peligros, personas que puedan perjudicarnos o influenciarnos negativamente. Pero todo se queda en un "quizás".
Por:
Dr. Francisco MarínJaume Guinot - Psicoleg col·legiat 17674
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