LOS ESTAMOS HACIENDO TONTOS.

buena reflexión extraida de La mariposa y el elefante 

Esta es una frase que suelo escuchar con frecuencia en corrillos de padres y madres a la salida de los colegios. "Yo a su edad venia solo al colegio". "Yo, con sus años, iba a hacerle los recados a mi madre, y no me engañaban con "las vueltas". Sin embargo mi niña, aún no comprende el valor del dinero". "Nosotros, a su edad, nos pasábamos la tarde jugando solos en la calle hasta que anochecía y volvíamos a casa a la hora de la cena". Estas son algunas de las sentencias que los padres utilizamos a la hora de comparar la educación de nuestros hijos con la que nosotros recibimos. Dejando a un lado el efecto recuerdo, y aquello de que cualquier tiempo pasado siempre nos parece mejor, lo cierto es que todos admitimos que, poco o nada tiene que ver la forma  en que nosotros fuimos criados y la manera en la que nosotros educamos a nuestros hijos. Y, al hacer esta comparación, siempre salen a relucir las ventajas de la educación pasada, y las carencias de la actual, para acabar concluyendo, como decía al principio, que los estamos haciendo tontos. Aunque claro, inmediatamente encontramos la pertinente justificación que nos libera de cualquier culpabilidad, de cualquier duda al respecto de no ejercer una paternidad responsable, (¡faltaría más!). Porque ahora son otros tiempos, ahora el peligro acecha tras cada esquina, no como entonces, hoy los niños necesitan de mayor protección.

Quizás, excusados en esta máxima de la necesaria protección, atrapados en una red de incertidumbres y dudas, acuciados por un sentimiento de responsabilidad extrema, casi rayante en la culpabilidad, acabamos educando a nuestros hijos en la dependencia. Nuestro lógico afán por convertirnos en padres responsables nos aboca, en muchos casos, a extremar esa necesaria protección convirtiéndola en sobreprotección. Y, como en tantas otras ocasiones, más no significa mejor.

La sobreprotección provoca la pérdida de oportunidades de aprendizaje. La sobreprotección supone retrasos significativos en la maduración de nuestros hijos. Crecer en un entorno artificialmente exento de riesgos, donde todas las necesidades son cubiertas inclusive antes de que aparezcan, conlleva una rápida habituación por parte de los niños. El mundo de los niños, en muchos casos, se convierte en una especie de Edén donde la mayoría de los deseos se consiguen con poco esfuerzo y aún menos riesgo. Y a esto es fácil acostumbrarse. Es gratificante crecer en un mundo donde las tristezas se dulcifican y las alegrías se magnifican.

Nuestra responsabilidad como padres, como educadores, nos compromete a enseñarles el mundo tal cual es, con sus virtudes y sus defectos, con todas sus maravillas, pero también con sus injusticias. Y, aunque es cierto que debemos acomodar esa explicación a la edad y al nivel de comprensión del niño, no es menos cierto que no podemos dulcificar o edulcorar esa realidad con el fin de evitarles sufrimientos, decepciones o riesgos. Salvo, claro está, que queramos educar unos hijos tontos.

Quiero acompañar el artículo de hoy con dos opiniones que, espero, nos ayuden a reflexionar sobre este tema. El primero es un video de Gever Tulley y su Tinkering School. Una especie de campamentos de verano en los que, a través del trabajo por proyectos, los niños aprenden a manejar herramientas y construir sus diseños. La filosofía de este proyecto se basa precisamente en no edulcorar, en no rebajar la dificultad de los proyectos, sino en plantear retos que estimulen la creatividad y la imaginación de los niños. Su conferencia "cinco cosas peligrosas que usted debería dejar hacer a sus hijos" (que acompaño), está cargada de poderosas razones para alertarnos de los riesgos de la sobreprotección.

Ventana externa


El segundo de los argumentos es un precioso escrito de Rabindranath Tagore que atesora algunas de las claves necesarias para educar con criterio a nuestros hijos. Para poder encontrar ese codiciado punto de equilibrio entre la responsabilidad y la sobreprotección.

"¿Por qué está apagada la lámpara? La envolví en mi manto para protegerla del viento; por eso se ha apagado la lámpara.
¿Por qué se ha marchitado la flor? La oprimí contra mi corazón con inquietud y amor; por eso se ha marchitado la flor.
¿Por qué se ha secado el río? Levanté un dique en él para que sólo me sirviera a mí; por eso se ha secado el río.
¿Por qué se ha roto la cuerda del arpa? Intenté arrancarle una nota demasiado alta para su teclado; por eso se rompió la cuerda del arpa."
Jaume Guinot - Psicoleg col·legiat 17674
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