Lo que se espera de un Psicoanálisis

de Salud y Psicologia 

Rectificación y destitución del sujeto

Dos formas del ser discernidas por el psicoanálisis

Gabriel Lombardi



in treatment
Se ha extendido en el ámbito psicoanalítico la expresión "rectificación subjetiva" que alguna vez empleó Jacques Lacan, posiblemente en un único texto[1]. Algunos excesos demasiado frecuentes en su aplicación invitan a revisar las condiciones en que el sujeto en cuestión – el candidato a analizante – sería rectificable, porque a menudo encontramos las siguientes coordenadas, que recuerdan circunstancias ya gastadas: el analista quiere que el paciente rectifique su posición, y él, el sujeto, no quiere[2].
Desde los comienzos del psicoanálisis Freud señaló la ventaja de que el neurótico modifique su postura respecto de su padecimiento, que admita alguna participación suya en el estado de cosas en que se encuentra. Detrás de los reproches dirigidos a otras personas suelen esconderse autorreproches, sugiere Freud a su paciente Dora, y ella se pliega, sus asociaciones posteriores muestran que acepta la invitación, que consiente en jugar el juego relatando su colaboración bastante activa en las circunstancias que llevaron al desencadenamiento reciente de sus síntomas histéricos. De la inocencia reivindicativa con que se presentaba inicialmente pasa a la confesión de su complicidad en la actualización de sus síntomas[3]. Pero no acepta la invitación analítica declarando su implicación con responsabilidad plena sino, más modestamente, cumpliendo con la regla analítica, aportando asociaciones que evidencian la división que su síntoma conlleva – ese contrasentido característico de subirse la pollera con una mano y bajársela con la otra -.
Lacan designa como rectificación subjetiva ese viraje en el que el sujeto cambia de perspectiva sobre algo real y concreto de su síntoma: su participación en el mismo. La denominación es más bien irónica en el contexto en que la introduce, justamente en ocasión de criticar una vez más, y con la vehemencia de siempre, los intentos de normalización imaginaria y de maduración a la fuerza promovidos por otras corrientes del psicoanálisis; en la orientación que él propone se trata por el contrario de liberar el sentido en el discurso, de dar al método freudiano de la asociación libre toda la vigencia posible. Allí es donde las escuelas se separan, había afirmado en un contexto similar[4]. La posición del neurótico de todos modos no podría dejar de ser ambigua, nunca totalmente pasiva, claro, pero tampoco resueltamente activa, de lo contrario no habría síntoma[5], no habría neurosis.
División del sujeto entonces, como habrá siempre que el síntoma esté activo, como debe estarlo en un análisis. Y la consecuencia moral de ese estado del ser, el ser sujeto, es la siguiente: la sola presencia del síntoma implica que, alternada o simultáneamente, en lugar de responsabilidad hay culpabilidad e inocencia combinadas. Freud descubrió que el sentimiento inconsciente de culpa es perfectamente compatible con la conciencia libre de problemas morales, sea que ésta se considere casta o depravada. Y viceversa, que la consciencia manifiesta de culpabilidad puede encubrir una forma larvada de la inocencia, en la que las declamaciones de culpabilidad están al servicio del autocastigo y de martirizar al otro[6]. No conviene al analista dar demasiado crédito a las declaraciones del analizante de tipo "por mi culpa, por mi grandísima culpa".
Por otra parte, es un hecho que se constata con frecuencia creciente, no todos los pacientes se dejan seducir rápidamente por la intervención rectificativa, y algunos nunca. El paranoico es en eso un ejemplo, inocente a toda prueba; el odontólogo Barreda, buen hombre, elimina a varias mujeres de su familia sin sentirse culpable, considerando que ellas lo forzaron a ese pasaje al acto, que fue su única salida de la realidad intolerable e indigna – ¡antes la prisión! – que ellas le imponíanPero también el neurótico, obsesivo o histérico, suele no admitir su participación inconsciente en la causación del síntoma, a pesar de los empeños del candidato a analista que le repite, con voz grave o chillona, pero no indiferente: ¡hacete cargo!
Llegado a este punto conviene repasar los manuales, recordar en primer lugar que una interpretación repetida ya probó su fracaso; y también que lo que se busca en el análisis no es la aquiescencia del yo, siempre engañosa, siempre denegatoria, aun con las mejores intenciones. Pero sobre todo debemos tener presente que, incluso el neurótico, por ser hablante de lenguas equívocas, es un ser electivo, que en algún rincón de su estructura escindida se reserva el derecho a optar, y que en particular puede elegir no rectificarse en nada, no así, no ahora. Tal vez en otra oportunidad, tal vez si intervenís de un modo que me interese, que me sorprenda, que me seduzca.
Por tal motivo vemos a menudo al analista, aun si se reclama de una formación lacaniana, dar cachetazos interpretativos a su paciente tratando de convencerlo sobre su responsabilidad en el asunto. El lacaniano ha dejado de serlo, ha recaído en el eje imaginario que arruina el vínculo analítico, y el paciente se impacienta, y no da brazo a torcer, y con razón, porque la rectificación subjetiva de la que habla Lacan no puede ser una rectificación a la fuerza. No basta entonces con que el analista sepa que algo ha de suceder en el horizonte de la dirección de la cura, es preciso además permitir ese tiempo que el analizante necesita para descubrir cosas por su propia cuenta, y para resolverse a entregar su síntoma. Comentando el estadio del espejo de su colega francés, Donald Winnicott señala que una interpretación prematura aniquila la creatividad del analizante y contraría el proceso que él llama de maduración analítica. Es posible que a muchos lacanianos no nos sepa bien el término "maduración", pero debemos admitir de todos modos que algunas intervenciones son prematuras, forzadas entonces, y en consecuencia ineficaces como interpretación liberadora.
La creatividad inherente a la libertad asociativa que propicia el método freudiano es un valor inclaudicable en el trabajo analítico. Ella dice que corresponde al analizante decidir, y generalmente sin el consentimiento del yo, si la intervención de su psicoanalista facilita la apertura de nuevos estratos asociativos, una luz nueva, un modo diferente de soltar y sentir el lenguaje y el cuerpo en el proceso de la cura.
Los empeños de rectificación a la fuerza encuentran de hecho una merecida respuesta en algunas modalidades clínicas de la época: pacientes que desde el comienzo se niegan a entregar su síntoma, ya que entregarlo llevaría rápidamente a evidenciar alguna relación con la causa, pacientes que sólo muestran su padecer a la manera de un actuar acéfalo, de una verdad sin sujeto que dice al analista: antes de que yo rectifique nada, fíjate desde qué posición me haces tu oferta terapéutica.
Como no soy sociólogo sino psicoanalista no me satisface considerar solamente que el rechazo del inconsciente depende de los efectos del sistema capitalista; como analista me pregunto siempre qué parte me toca en el rechazo de la interpretación con que a menudo me encuentro. Antes de pretender rectificar a mi paciente, pero sobre todo después de fracasar en el intento, me pregunto si no debiera acomodar la oreja de otra manera, despegada de la posición tristona del universitario que repite en la cena de fin de año: alumnos eran los de antes.
Es verdad que los pacientes de antes, los de Freud, los del siglo XX, parecían mejores que los actuales; les llamamos actuales justamente a los que no se comportan como aquellos que entregaban más fácilmente si no su angustia, al menos su síntoma; pero ¿no debiéramos preguntarnos en qué medida eso depende de la debilidad de nuestra escucha, que tal vez resulte poco renovadora, poco iluminante de las coyunturas actuales de ese ser que nos consulta para hablarnos de sí? Nosotros sabemos reconocer la histeria de antaño, la que Freud y Lacan nos explicaron, ¿pero sabemos advertir los síntomas sutiles, poco notorios al comienzo, en los que resiste hoy en día el ser del sujeto del inconsciente, incluso en aquellos mismos tipos clínicos?
Heidegger recuerda el dictum de Heráclito, la physis ama ocultarse, ¿por qué el neurótico, que prefiere el perfil bajo, el fading, el desvanecimiento de la voz, el resguardo del nombre propio, procedería de otro modo? ¿Por qué debería decir ¡presente! tan rápidamente en un mundo que se le presenta como colección de objetos útiles? ¿Por qué habría de volverse útil para la conclusión rápida y eficiente del tratamiento que imagina su terapeuta?


"Las Vedets tambien trabajan"

¿Implicación o desimplicación?

¿Y cómo se convoca entonces en el tratamiento analítico al sujeto analizante, esa forma del ser hablante que no es yo? ¿Cómo logramos que se haga presente cuando una experiencia de años le ha enseñando las ventajas de proceder como la physis de Heráclito, ocultándose, disimulando su división, plegándose a los empeños integradores del yo?
Si la respuesta a la interpretación tiene el aspecto de una responsabilización rápida, ¡atención!, el efecto puede haber sido más bien un refuerzo moral del yo. Tal intervención solamente ha propiciado un incremento de la represión, lo cual no es un resultado propiamente analítico. Supongamos que el yo diga, como suele ocurrir: "sí, me hago cargo, ahora soy consciente de mi responsabilidad en el asunto", ese insight puede conformar al terapeuta, pero no al analista, que no espera coherencia yoica sino todo lo contrario, asociaciones incoherentes, contradictorias, sorprendentes, indicadoras de una apertura del inconsciente; durante el tiempo del análisis, el deseo del analista espera que el sujeto revele ese correlato moral del síntoma que es el sentimiento inconsciente de culpa, que en los momentos de lucidez aflora en el analizante como en Desdémona, diciendo "percibo deberes divididos"[7]; lo cual no es todavía responsabilidad, es dilema y compromiso moral, es división en lugar de resolución.
Por eso el primer movimiento del análisis no consiste exactamente en "implicar" al sujeto, sino más bien en quebrantar su implicación en la conducta sintomática, en romper la egosintonía de la neurosis; no "que se haga cargo" entonces, sino que experimente más bien lo contrario, la ajenidad, la extrañeza del síntoma. Así lo explica Lacan una y otra vez, por ejemplo en su seminario sobre la angustia:
Para que el síntoma salga del estado de enigma aún informulado, el paso que hay que dar no es que se formule, es que en el sujeto se esboce algo que le sugiera que hay una causa para eso. Allí tenemos la dimensión original, cuando la causa es capturada bajo la forma del fenómeno. Es únicamente por esa vía que la implicación del sujeto en su conducta se rompe, y esa ruptura es el complemento necesario para que el síntoma sea abordable por nosotros[8].
El primer paso en esta dirección es que el sujeto advierta lo que es el síntoma: un padecimiento opaco, un pensamiento que le ordena compulsivamente "tienes que devolver 3,80 coronas al teniente primero A.", un misterioso nudo histérico en la garganta que le impide hablar o comer. La dimensión de la causa se plantea entonces no como una cuestión abstracta, sino manifiesta: ¡por algo será!, esto que me pasa es síntoma de alguna causa, que me concierne. Al mismo tiempo esa opacidad expresa el ser del sujeto en tanto manifiesta su estructura dividida, la de un sujeto que no se reconoce en lo que conoce de sí. ¿Qué es este tubito en la garganta que a veces me impide comer y otras me impide hablar?, dice mi histérica.
Aludo aquí a una definición lacaniana del síntoma: es lo que el sujeto conoce de sí, sin reconocerse en ello. La interpretación que orienta en el sentido del análisis lleva al analizante a decir, como Rodrigo en la novela de Clarice Lispector: discúlpeme, voy a seguir hablando de mí, que soy mi desconocido, y que por analizarme me encuentro monstruoso, me encuentro incompleto[9].
El síntoma es nuestra parte que no sólo se rehúsa a funcionar correctamente, sino que además se niega a expresarse en términos comprensibles desde el Otro en el que usualmente nos reconocemosY si el analista sólo puede interpretar el síntoma, es porque no puede conocerlo objetivamente, ni tampoco llegar a un saber exhaustivo sobre él: el síntoma es esa verdad sólida y opaca que resiste al saber integrado en el Otro. Resiste al comienzo, a veces cede durante un tiempo pero luego revive durante el tratamiento, y resistirá hasta el final del psicoanálisis, para afirmarse entonces como un incurable capaz de derrumbar al sujeto supuesto saber en una caída que puede ser concluyente, abrir otras opciones.
El acto analítico mientras tanto ha involucrado al sujeto bajo sospecha, al culpable inconsciente que no termina de hacerse cargo, de un modo curioso: mientras dura el tratamiento él no es del todo responsable porque está dividido, y la causa de su división, la causa actualizada en el análisis, es… el analista.
Una condición para toda rectificación verdadera
Esta situación requiere la noción de acto psicoanalítico con la cual Lacan profundiza en 1967 su concepción de la dirección de la cura[10]; en síntesis, ella dice que una verdadera invitación al análisis exige, antes que la rectificación subjetiva del paciente, una destitución subjetiva del analista.
En los años 60 Lacan ya había elucidado la transferencia como el despliegue, en el marco del análisis, de la no intersubjetividad. La noción de sujeto supuesto saber con que caracteriza la transferencia es ni más ni menos que un efecto del método freudiano, leído del siguiente modo: en ese método el significante representa al sujeto para otro significante – y no para otro sujeto -. Este "y no para otro sujeto" es decisivo. El psicoanálisis se evidencia allí como un lazo social que admite e incluso promueve la incompatibilidad de la coexistencia simultánea de dos sujetos. Preparado por su propio análisis, el analista, para serlo, ha de admitir no ser sujeto sin por ello aniquilarse como ser hablante ni como deseante. En tanto partenaire que promueve el desarrollo de la transferencia, acepta ser tomado como significante, como objeto, como causa, resignando la posición de sujeto. No siempre advertirá que esto es así, pero algunos pacientes son muy rigurosos en sus posiciones transferenciales y le recordarán esta exigencia de la transferencia: particularmente psicóticos, perversos, y también muchos neuróticos de los "actuales", neuróticos no clásicos.
Esto quiere decir entre otras cosas que el analista no puede presentarse sintomático al modo de una amiga histérica que responde a su amiga histérica, a mí me pasa lo mismo, o a mí en cambio me pasa…; no todo el tiempo al menos, si algo le ha enseñado su propio análisis, es lo destituyente que resulta asumir la responsabilidad cabal y plena que supone, no "ser analista" – que parece un título -, sino ser el analista de este analizante en particular.
Esa destitución del sujeto de la que Lacan habla como condición del análisis se distingue radicalmente de un des-ser, o de una falta en ser, y precisamente porque no se trata de un ser representado; la destitución subjetiva permite ser fuera de los títulos, de las insignias, de los reconocimientos, es ser entre los significantes, en la morada que reserva al analista la actividad singular que se ha destinado. La destitución subjetiva es ser, enfatiza Lacan, singularmente y fuerte[11]. ¡Cuánto se desconoce esto "actualmente"!
Esta destitución, ese ser desalienado que se singulariza y se resuelve en cada encuentro verdadero con un analizante, no es algo adquirido de una vez y para siempre, sólo puede ser en acto, y como tal ha de renovarse cada vez. Lo cual es éticamente deseable, ya que un verdadero analizante no toleraría como analista a alguien tan asentado en su posición que no necesite ya moverse de allí. Ha de ser entonces una destitución, incluso si ya experimentada, producida cada vez en el encuentro con tal analizante en particular.
Es lo que éste en el fondo siempre espera, aunque en algunos casos no espera nada, sino que exige radical e inmediatamente tal destitución. En esos casos es claramente el analista quien primero deberá dar pruebas: y la primera de tales pruebas se jugará en las consecuencias inmediatas de su interpretación, por poco que sea eficaz. El analista es libre de hacerla a título de sujeto, de sujeto del inconsciente de su lado, pero a condición de admitir las respuestas asociativas transferenciales con que su paciente reaccione, respuestas que le recordarán: "ahora ya no sos sujeto, soy yo el sujeto, soy yo la excepción, y si querés ser analista, serás un significante cualquiera, en el mejor de los casos un objeto, pero no un sujeto; la división, el padecimiento, el centro sufriente del la realidad está en mí."
En los casos clásicos, como Dora o el Hombre de las ratas, no resulta tan evidente que el paciente exija tal destitución del analista; éste se ha instalado como tal en el momento en que el paciente comienza su juego asociativo divisorio, entre gozoso y culpable; ha mostrado soportar durante un tiempo las asociaciones transferenciales que lo involucran como objeto sin salir corriendo en el estilo de Breuer en su encuentro con su paciente Anna O; pero el análisis se interrumpe precisamente cuando los prejuicios del analista lo demoran demasiado tiempo en una posición de sujeto, obstaculizando con ello el despliegue de la transferencia en el trabajo analítico. ¿Qué prejuicios?, por ejemplo que una chica debería admitir como objeto al Sr. K que se le presente, que no debería interesarse tanto en otra mujer, y menos aún en la señora K, que de todos modos debería elegir un objeto único de amor hétero u homo, etcétera. En estos casos clásicos, los análisis comienzan fácilmente y se mantienen durante un tiempo a condición de que el analista no insista demasiado en interpretaciones basadas en sus prejuicios ­– como sujeto reprimido del discurso común, la forma actual del discurso del amo -, interpretaciones coaguladas que resultan entonces para el analizante dignas de un rechazo capaz de romper el lazo psicoanalítico.
Actualmente los casos no siempre responden como los clásicos, lo sabemos bien, y en algunos lugares, en algunos consultorios, los casos clásicos son poco frecuentes. Llegan pacientes de difícil acceso[12], según la expresión de Betty Joseph, pacientes que parecen venir a mostrar más que a decir; lo que se dice en ellos nos recuerda la definición lacaniana del acting out, "es verdad, pero no sujeto". Buena parte de lo que más o menos impropiamente llamamos "síntomas actuales" tiene esta estructura, se muestra o se dice seguramente con verdad, verdad para el Otro, para cualquier Otro, pero sin que nada desimplique al sujeto del síntoma como para que él pueda advertirlo en tanto tal, como para que se produzca en él ese efecto divisorio que se necesita para que el psicoanálisis comience y se sostenga como tal, como análisis, como despliegue de los enredos simbólicos del sujeto.
¿Cómo convocar en este caso al sujeto?, ¿qué intervención puede facilitar el pasaje de la transferencia salvaje al síntoma de transferencia, síntoma integrado en una suposición de saber especificada en un encuentro analítico en particular? Recordando, como siempre que puedo, los tres aspectos de la intervención analítica que Lacan despliega en su texto sobre la dirección de la cura, respondo así,
en el plano de la transferencia, cuando el paciente llega en posición de objeto, y no de sujeto dividido, es decir en posición de actuar y no de padecer, hay ya transferencia, pero transferencia salvaje, transferencia que interroga al Otro de cualquier discurso en el punto en que no ha sabido dar jamás la respuesta que conviene al ser hablante, la respuesta que al menos habilita como sujeto del síntoma – ya que tampoco lo ha habilitado en la realización de un acto sin ambages -.
- por lo tanto del plano de la interpretación tampoco hay mucho que esperar, no hay interpretación que la transferencia salvaje no malogre, salvo que esa intrusión subjetiva del analista en que consiste la interpretación permita pasar a otro plano, que es el decisivo,
- el plano del ser, que es el plano del acto analítico, es donde el analista tiene la chance de hacerse fuerte con su destitución de sujeto, es decir de quien puede admitir lo inadecuado de su interpretación, como cualquier otra, a un sujeto que no está dispuesto a reconocer en nada la adecuación de la intervención del Otro. Winnicott puede enseñarnos sobre este tema, y es en su texto "On transference" en donde Lacan se inspira para dar fuerza y singularidad a su noción de destitución en acto[13].
La interpretación puede ser mejor o peor, exacta o inexacta, más próxima o más lejana del punto de encuentro entre goce y deseo, pero en cualquier caso, el paciente de difícil acceso no está dispuesto a reconocer su eficacia, porque su objetivo primero, que es el de la transferencia salvaje, es lograr la destitución del Otro como sujeto. Sólo si el partenaire se aviene, podrá ser que él pueda confiársele un poco, y admitir entonces ante él la extrañeza de la pulsión que invade su intimidad de sujeto, o confesar la culpabilidad inconsciente de la que él mismo no tiene memoria.
De la sumatoria de ambos casos, el clásico y el no clásico, se deduce que la intervención preliminar al análisis, y lo que hace posible su sostén, es la destitución subjetiva del analista.
Lacan al revés
Me opongo así a una concepción del ser, que considero pseudolacaniana, en la que la cosa resulta totalmente determinada por sus imposilibidades. Para el caso del ser hablante en tanto ser electivo, la dimensión del ser, incluso cuando parece un permanecer, implica una decisión, en ese caso la de permaneser. De allí el pathosorientador que nos inspira el cuadripléjico cuya decisión de salir del horror de ese cuerpo depende enteramente de la bondad eutanática del Otro.
Hablando de responsabilidad, encuentro en la doxa usual de los psicoanalistas lacanianos la siguiente paradoja: al paciente que recién llega se le exige que se haga cargo, y en cambio, en las consideraciones sobre el final del análisis se pone el acento en las determinaciones inmodificables, en las imposibilidades, en lo que no se elige, más que en las posibilidades nuevas abiertas por el encuentro con tales límites. A menudo los lacanianos tasan en muy poco la ganancia de libertad que aporta un psicoanálisis. Los psicoanalistas escribimos así nuestro propio libro gris: si un psicoanálisis no lleva al ser hablante a la posibilidad de revisar algunas decisiones fundamentales, reestructurantes de su ser, emprendió una aventura larga, costosa y mediocre.
Lo que me interesa promover es precisamente lo contrario, que en lugar de responsabilizar prematuramente al paciente, pongamos sobre el tapete qué ha tenido de liberador la terminación de un análisis – además de permitir al analizante liberarse del analista -. Creo que en este desplazamiento se juega el mensaje ético y práctico del giro lacaniano del psicoanálisis, el que funda el acto analítico mismo en una elección.
Para investigar esto último, Lacan propuso otro dispositivo, diferente del freudiano, el del pase, esperando averiguar algo sobre las elecciones del final del análisis, y particularmente aquellas que se apoyan en los efectos didácticos del tratamieno, los efectos que hacen posible la asunción una vocación nueva o previa, pero que en cualquier caso ha de renovarse cada vez que se recibe a un paciente.
Es verdad que en el final del análisis se encuentran imposibilidades, lo incurable, el síntoma, el fracaso del Otro como intérprete, etcétera, se encuentra en suma la castración, pero la castración no es un dato solamente negativo, la doctrina psicoanalítica dice que es un contrafuerte para el deseo y para los goces efectivamente asequibles, que es un punto de apoyo para el acto, para salir de la fantasía en la que el neurótico, el perverso y el psicótico demoran la realización de sus actos más interesantes.
Lo que la castración ha evidenciado como falta de saber y falta de ser en el Otro en el final de un análisis, puede redundar en una ganancia de ser en el analizado, y cuando digo ser, digo ser en acto, digo elección, digo ejercicio de esa aptitud que caracteriza al ser hablante de lenguas equívocas.


Museo de Cera, "Jesus Cry"

Sujeto y ser hablante. Dos formas del ser discernidas por el psicoanálisis

Para advertir mejor de qué se trata en la intervención que hace posible un análisis, destaco entonces dos formas del ser hablante discernidas por el psicoanálisis. Ambas se apoyan en un rasgo que diferencia radicalmente a este ser de un ente programable: la aptitud para elegir[14]. Esa aptitud es tan importante, que todo lo demás, incluyendo los "mecanismos" de la neurosis, la perversión o la psicosis, resultan para nosotros, como para Freud, secundarios, en la medida en que son ya el resultado de la toma de posición de un ser que, por su intervención en un momento electivo estructurante, queda escindido entre pulsión y defensa[15].
La primera de esas dos formas de ser es la que el psicoanalista encuentra en el comienzo verdadero del análisis, es el síntoma, "ser del sujeto" según Lacan[16]. La emergencia de esta forma del ser es el analizante como subjectum, como soporte de la cura analítica que se expresa en los siguientes planos:
-          Epistémico: hay conocimiento de esa división, hay conocimiento del síntoma, pero por fuera del registro del reconocimiento. Recordemos la definición lacaniana de síntoma: es lo que el sujeto conoce de sí, sin reconocerse en ello.
-          Patológico: es esa división misma lo que estructura y mantiene la posición sufriente del analizante mientras dura el análisis. Esta forma de ser, cuando se manifiesta clínicamente, incluye la "rectificación" deseada por el analista, la que opera la barra de su división $, y su relación con la elección es la irresolución. Los nombres de esta forma de ser varían en Freud, síntoma, escisión de la personalidad psíquica, pero también conflicto y solución del compromiso.
-          Ontológico: el síntoma como "ser del sujeto" puede ser ignorado por egosintonía, pero en sus formas clínicas más virulentas y más asequibles al análisis es más bien un exceso parcial, si puedo decir, un exceso incompleto, que en conjunto da la sensación de una falta, de una carencia de ser, una realización ectópica.
-          Ético: lo que esperamos que se haga presente en el comienzo del análisis, y durante el análisis, como "motor de la cura", expresión de Freud, es esa vacilación pulsionante del ser capaz de elección a la que llamamos síntoma; esperamos del analizante que ponga a trabajar su división, que la cáscara yoica no nos oculte la escisión moral en que se apoya su neurosis; esa división del sujeto implica que no hay responsabilidad plena, unívoca, sino dilema moral, oxímoron de la conciencia, una suerte de culpabilidad inocente, culpabilidad inconsciente que el yo desconoce, o culpabilidad vacía del yo aislada de sus raíces inconscientes; en cualquier caso sin llegar al narcisismo culpable y resuelto del melancólico tan bien descripto por Freud, que es del orden del pasaje al acto, soy tan culpable que ni tú ni nadie me interesa en nada.

En síntesis, la verdadera carencia revelada por el síntoma es la irresolución, la falta de un ser que elige no elegir, que para hacerlo se extraña del tiempo, en el estilo de un "no todavía", simulando que no pierde ninguna opción, porque tampoco apuesta. La connotación ética de esta forma de ser no es la responsabilidad, más bien la cobardía moral. Decirle "hacete cargo" es apelar a la cobertura yoica del titubeo fundamental, de los deberes divididos que condicionan los diferentes tipos clínicos del síntoma, y que son particularmente nítidos en las neurosis.
La otra forma de ser discernida por el psicoanálisis es el ser en acto, que como la ousía aristotélica es un impredicable, no está en un sujeto ni puede afirmarse de ningún sujeto, y por eso se realiza como destitución subjetiva. Implica una salida de la representación y por lo mismo puede constituir un acceso a la presencia, tan requerida en el acto del psicoanalista – un acto que suele consistir en no mucho más que eso, en la parusía del oyente -. Sin embargo, la posición del analista no es de ninguna manera el único ejemplo de destitución subjetiva y de hecho no todos los ejemplos que da Lacan están referidos al acto analítico.
La relación entre una y otra forma de ser en el vínculo analítico es peculiar y extremadamente curiosa. El analista, destitución subjetiva mediante, se hace causa de la división, dicho de otro modo, de la irresolución del analizante. Pero en la cura que el analista promueve no podría él decidir por su analizante, ya no sería la decisión de éste, y la estructura el acto psicoanalítico resultaría escamoteada. Los intentos de solucionar la división del analizante mediante algún consejo, alguna toma de partido entre sus partes divididas no puede sino resultar un fiasco, como siempre que en un psicoanálisis se reemplaza de manera sostenida su orientación propia por un procedimiento sugestivo.
Si bien el psicoanálisis consiste en un reconocimiento de determinaciones ya producidas e inmodificables, justamente porque un análisis consiste en un método que apuesta a la libertad electiva que aún queda en un marco estructural elástico, lo que esperamos como su resultado genuino no es un reforzamiento de la falta de ser, sino una ganancia de ser, en acto, un acceso a otro ininterpretable que ya no es el del síntoma: el acto.
Estas son las razones por las que afirmo que antes que la rectificación subjetiva del analizante, está la destitución subjetiva del analista, cuyo acto es certeza, que invita a salir de la irresolución. A modo de broche final recuerdo los términos premonitorios en que Freud planteó la relación del ser hablante con el contenido significante del sueño, contrastando la posición del analizante – el soñante dubitativo en este caso – con la del analista: "en el análisis de un sueño exijo que se abandone toda la escala de apreciaciones de la certidumbre, y a la más leve posibilidad de que algo haya sucedido lo trato como una certeza plena[17]."

Buenos Aires, marzo de 2009.
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[1] En el segundo capítulo de La dirección de la cura y los principios de su poder, en Escritos II, Siglo XXI, Buenos Aires, 1975, pp. 565-626.
[2] El presente trabajo se inscribe en el marco del proyecto P039 de la programación 2008-10 de UBACyT.
[3] Este caso de Freud ya fue comentado por Lacan en "Intervención sobre la transferencia", en Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1985, pp. 204-15.
[4] En la clase del 22 de junio de 1955, correspondiente a su seminario sobre el Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica.
[5] El síntoma es en este sentido un desconocimiento de la voz media, que es la del acto, cf. Émile Benveniste, "Actif et moyen dans le verbe", Problèmes de linguistique générale I, Galliard, Paris, 1966, pp. 168-175.
[6] Klagen sind Anklagen, las quejas sobre sí mismo son en verdad reproches dirigidos al otro, advierte Freud respecto de la supuesta culpabilidad declamada por el melancólico. "Trauer und Melancholie", Psychologie des Unbewussten, Studienausgabe, vol.II, Fischer Verlag, Frankfurt am Main, 1975, p.202.
[7] Shakespeare, Otello, acto I, escena 3: "My noble father, I do perceive here a divided duty…".
[8] Jacques Lacan, Seminario L'angoisse, clase del 12 de junio de 1963.
[9] Clarice Lispector, La hora de la estrella, Siruela, Madrid, 2008, p.17.
[10] Jacques Lacan en su famosa "Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela". "La dirección de la cura y los principios de su poder" había sido redactado a fines de la década del 50.
[11] Jacques Lacan, Discours à l'École freudienne de Paris, Autres Écrits, Seuil, Paris, 2001, p.273.
[12] Betty Joseph, "The patient who is difficult to reach", en P.L.Giovacchini (Ed.), Tactics and techniques in psychoanalytic therapy, Ap.6.
[13] En su Discours à l'EFP, en la página 275 de los Autres Écrits, Lacan cita este texto de Winnicott, que hemos traducido y publicado bajo el título "Acerca de la transferencia" en Hojas Clínicas 2008, JVE, Buenos Aires, pp. 109-116.
[14] Para desarrollar este punto me he apoyado en los desarrollos de Turing en Clínica y lógica de la autorreferencia, Letra Viva, Buenos Aires, 2008.
[15] He desarrollado este punto en "Predeterminación y libertad electiva", Revista Universitaria de Psicoanálisis, UBA, Buenos Aires, 2008.
[16] Jacques Lacan, "Problèmes cruciaux pour la psychanalyse", Autres Écrits, Seuil, Paris, 2001, p.201.
[17] S. Freud, "Interpretación de los sueños", Obras Completas, vol.5, Amorrortu, Buenos Aires, 1975, p.511.


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