Rodeado de recuerdos y fotografías, José Luis Balao (Jerez, 1938) acude cada semana a la que antaño fue la casa de sus padres y que hoy en día, y desde hace 16 años, se ha convertido en un verdadero templo de la guitarra. En plena calle Gaspar Fernández, el 'Maestro', como cariñosamente le llaman sus alumnos, aparca su bicicleta de montaña y se dispone a desempolvar alguna que otra partitura de su extensa cosecha para empezar la clase. Aquel pupilo de Javier Molina y Rafael del Águila es ahora, a su manera, el instigador de la legión de guitarristas que a día de hoy copan el panorama nacional.
-¿Está usted hecho un chaval?
-(Risas)A mí la edad me da igual, si me encontrara muy decaído, todavía, pero no, me siento bien porque eso va en la mente. Además, hago todos los días ejercicios, mentales y físicos, y me alimento sanamente. Hoy he desayunado un cakis y no abuso de la carne ni la grasa, por lo normal suelo comer mucha fruta y verdura. Tampoco me paso nunca con la bebida, me tomo dos copitas, pero no cojo una tajá, como se dice aquí (risas).
-Vamos a echar la vista atrás. ¿Quién le metió el veneno de la guitarra?
-Empecé a tocar la guitarra con doce años y fue de una manera casual porque mi hermano, que era mayor que yo, se compró una guitarra y comenzó a tocar en mi casa. Yo, cuando él no estaba, la cogía y hacía mis cosas. Él fue el primero que me enseñó algunos acordes. A partir de ahí comencé a sentir curiosidad por ella, porque bueno, siempre digo que yo no fui a buscar a la guitarra, fue la guitarra quien vino a mí. Serán cosas del destino, porque si en vez de una guitarra mi hermano hubiese comprado un violín o un piano ahora sería violinista o pianista. Nunca pensé que iba a vivir de la música y la guitarra. Fue como un camino sin retorno, porque nunca he podido parar.
-O sea que a partir de esa edad arranca su romance con la guitarra...
-Sí, es así. Al poco tiempo empecé a recibir clases con Javier Molina, que vivía cerca de mi casa. Con él estuve poco tiempo, unos tres meses, hasta que me presentaron a Rafael del Águila, con el que estuve mucho más tiempo.
-Háblenos de Rafael, ¿era tan bohemio como cuentan?
-No era bohemio, era más que bohemio. Para mí Rafael del Águila fue una persona importante en mi vida, porque me aficionó a la música clásica. Él me enseñaba flamenco, pero también música de Tárrega, de Fernando Sor, de Albéniz, de Falla, en fin, de todos los autores nacionales e internacionales de música clásica, porque también me descubrió a Chopin, a Beethoven y Bach.
-¿Quién era el referente de Balao por aquel entonces?
-Pues como todos los guitarristas de mi generación, nuestro ídolo era el Niño Ricardo. Todo el mundo quería tocar sus cosas, y bueno, en mi caso, siempre iba a verlo cuando venía a Villamarta con Juanito Valderrama. Era mi ídolo, un Dios para mí. También en esa época estaba Sabicas, aunque como se fue a México y a Estados Unidos, sus discos no llegaron aquí hasta 1960, y antes que ellos Ramón Montoya, de quien bebieron ambos y fue el pionero de la guitarra más moderna.
-¿Cuándo decide dedicarse íntegramente a la guitarra?
-Nunca lo decidí, fue algo que llegó solo. Gracias a Dios tuve una infancia cómoda porque mi padre estaba bien situado, era jefe de la fábrica de harina, y nunca me faltó de nada. Pese a todo, no estudié demasiado porque al acabar en La Salle mi padre me mandó a llevar las cuentas de un granero que había en la calle Ávila. Aún así yo seguía interesándome por la guitarra y poco a poco me fui acercando al mundo del flamenco con los cantaores que había en aquella época, Sordera, Terremoto o acompañando el baile en la Academia de Cristóbal el Jerezano, donde coincidía con Paco Cepero, que era más joven que yo y casi siempre lo acompañaba a su casa. Después conocí a mi mujer, que era bailaora, y al salir de la mili me marché a Madrid para empezar a trabajar en tablas como Las Brujas.
-¿Cómo era la vida en Madrid?
-Difícil porque éramos muy jóvenes y había que buscarse la vida. Conocí a mucha gente, a artistas como Canalejas de Puerto Real, Porrina de Badajoz y Rosita Durán. De todas formas, nunca estuve en un sitio fijo porque durante toda la década de los sesenta estuve entre Madrid, Mallorca, Barcelona y Las Palmas, la mayoría de las veces con un cuadro en el que estaba Cristóbal el Jerezano y otras solo con mi mujer y otros artistas.
-¿Y por que decide volver a Jerez a finales de los setenta?
-Sencillamente porque tuve a mi primera hija y mi mujer tuvo que quedarse en Jerez para cuidar a ella y a su padre. Estuve un tiempo solo, en Bagdad, Lisboa y un montón de ciudades, pero decidí volverme para estar con mi familia. El problema que tuve al volver fue que como me había llevado tanto tiempo fuera, los cantaores ya no me conocían. Además, aquí en Jerez siempre ha habido ese aire de gitanerío en el ambiente flamenco, el que no era gitano no tenía sitio. ¿Qué hice? Pues dar clases. Abrí la academia con Manuel Lozano 'El Carbonero' en el 81 y poco a poco fui relacionándome con las peñas, que me llamaban para los concursos de cantes, sobre todo en la sierra. A veces me decían el Rey de Sierra Morena, porque siempre estaba trabajando en la sierra (risas).
-Ha hablado usted de su labor como docente, a la que lleva dedicado desde el año 1981, primero con El Carbonero y luego solo. Pero para eso ¿hay que tener una habilidad especial?
-Ante todo hay que tener paciencia, pero también psicología con los alumnos, porque no es lo mismo un niño de 10 años que una persona ya mayor. Es una labor importante esa, porque reconozco que en más de una ocasión he hecho de psicólogo. Hay personas que vienen con problemas y a mí me gusta escucharlos. Luego, también hay que tener un gran conocimiento musical, tener la mente abierta a todo tipo de música. Me considero flamenco porque empecé haciendo flamenco pero puedo tocar música de todo el mundo, desde la época renacentista a la barroca pasando por la música sudamericana e incluso a la asiática.
-Y esa mentalidad abierta, ¿cómo se adquiere?
-Eso depende de uno. Yo nunca he ido al conservatorio, pero he ido aprendiendo a leer en partitura por mí mismo. Me costó muchos años de aprendizaje, pero lo he conseguido. En mi caso creo que soy autodidacta en un 80 ó 90 por ciento.
-Volviendo a la faceta didáctica, ¿qué reconforta más a un maestro de guitarra?
-A mí lo que más me reconforta es ver a mis alumnos abrirse camino y triunfar en la música. Disfruto viendo disfrutar a mis alumnos, y eso me estimula más para seguir en el camino porque por aquí han pasado alumnos como Alfredo Lagos, Javier Patino, Juan Diego, El Bolita, Pascual de Lorca, José Ignacio Franco, Miguel Salado, Santiago Lara...Eso en Jerez, porque de fuera también han salido gente.
-¿Qué palabra se asocia más a su personalidad, compositor o guitarrista?
-Creo que compositor porque guitarristas hay muchos pero creadores o compositores hay muy pocos. A mí nunca me ha gustado recorrer el mismo camino que han recorrido los que me han precedido, siempre he optado por innovar, hacer algo diferente. No obstante, si hago unas alegrías de Cádiz no deben perder el toque flamenco, puede ser más revolucionario pero sin perder la esencia.
-Dicen algunos que ahora se trasportan demasiado los tonos en la guitarra y que no suenan igual los palos ¿qué opina de eso?
-Yo no creo que eso sea así, porque el primero que tocó rondeña con la sexta cuerda en RE y la tercera en FA sostenido fue Ramón Montoya y te estoy hablando de hace 70 años. Se puede cambiar de afinación sin perder el toque flamenco. Por ejemplo, yo tengo una nana con afinaciones raras, pero sigue sonando a flamenco. Lo bueno de los guitarristas de hoy es eso, la armonía y la técnica, antes no se salía de cuatro o cinco trastes y hoy se recorre el mástil entero.
-¿Qué se necesita para componer?
-Primero, mucha información musical y luego tener imaginación, porque eso va con la persona. Hay guitarristas que tocan muy bien, con buena técnica, pero no aportan nada nuevo, no tienen sensibilidad. Andrés Segovia, por ejemplo, fue uno de los números unos de la guitarra clásica y sin embargo no compuso nada. En el flamenco, por ejemplo, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Vicente Amigo han aportado cosas, pero muchos otros se han limitado a hacer lo mismo, no han definido su personalidad.
-¿Y qué es más importante la técnica o el matiz?
-La técnica es fundamental para poder desarrollar la música, pero el matiz lo es aún más porque si tienes mucha técnica pero luego no aportas sentimiento, todo lo que hagas no vale, es algo plano que no dice nada. Para mí, un guitarrista es bueno cuando tiene técnica, tiene sentimiento, y lo más importante, creatividad.
-Como miembro de muchos jurados en distintos concursos, ¿le da pena que se estén perdiendo estos formatos?
-Sí que da pena, sobre todo por el de Los Cernícalos, que era un concurso con mucho peso en toda España. O bien por la crisis económica o bien porque todo evoluciona, como he dicho antes, estos eventos se han ido aparcando y es una pena porque sobre todo para los chavales jóvenes los concursos eran necesarios.
-Usted que ha sido testigo de la evolución de distintas generaciones, ¿cómo es la actual generación guitarrística?
-Los jóvenes tienen hoy en día una concepción distinta a la de hace unos años. Antes éramos más atrevidos en muchas cosas y sobre todo teníamos inquietudes. Para mí la vida, en el mundo artístico, ha ido degenerando. La juventud ya no tiene esas inquietudes musicales y artísticas que había antes. Hoy van a salir del paso, y se ha perdido la sensibilidad y la educación, al menos en un gran porcentaje. Ahora hablas a un niño de Vivaldi o de Bach y dicen '¿ese quién es?'. Igual que con el flamenco, que sólo quieren bulerías y en el flamenco hay palos tan maravillosos como la soleá, la farruca, las tarantas, granaínas, guajira, colombianas...
-¿En qué momento está la guitarra en general?
-La guitarra ha evolucionado tremendamente, ahora tiene mucha más armonía y técnica que en mis tiempos. Antes era bonita pero con conocimientos musicales mucho menos extensos. Como en la vida, las cosas evolucionan y la guitarra no es una excepción. En lo clásico quizás se haya evolucionado menos, porque no han salido demasiados creadores, todavía se sigue tocando la música de Tárrega o Fernando Sor.
-Y ya por último, la última vez que hablé con usted me dijo que había compuesto más de cien temas propios, ¿por dónde va ya la cuenta?
-Ya he perdido la cuenta de las partituras que tengo (risas mientras rebusca en su cajón), puede que más de doscientas. De flamenco tengo muchas y en muchos palos múltiples. Por ejemplo, bulerías tengo en varias tonalidades, al igual que alegrías o farrucas. También tengo composiciones de música sudamericana y arreglos musicales.
-¿Está usted hecho un chaval?
-(Risas)A mí la edad me da igual, si me encontrara muy decaído, todavía, pero no, me siento bien porque eso va en la mente. Además, hago todos los días ejercicios, mentales y físicos, y me alimento sanamente. Hoy he desayunado un cakis y no abuso de la carne ni la grasa, por lo normal suelo comer mucha fruta y verdura. Tampoco me paso nunca con la bebida, me tomo dos copitas, pero no cojo una tajá, como se dice aquí (risas).
-Vamos a echar la vista atrás. ¿Quién le metió el veneno de la guitarra?
-Empecé a tocar la guitarra con doce años y fue de una manera casual porque mi hermano, que era mayor que yo, se compró una guitarra y comenzó a tocar en mi casa. Yo, cuando él no estaba, la cogía y hacía mis cosas. Él fue el primero que me enseñó algunos acordes. A partir de ahí comencé a sentir curiosidad por ella, porque bueno, siempre digo que yo no fui a buscar a la guitarra, fue la guitarra quien vino a mí. Serán cosas del destino, porque si en vez de una guitarra mi hermano hubiese comprado un violín o un piano ahora sería violinista o pianista. Nunca pensé que iba a vivir de la música y la guitarra. Fue como un camino sin retorno, porque nunca he podido parar.
-O sea que a partir de esa edad arranca su romance con la guitarra...
-Sí, es así. Al poco tiempo empecé a recibir clases con Javier Molina, que vivía cerca de mi casa. Con él estuve poco tiempo, unos tres meses, hasta que me presentaron a Rafael del Águila, con el que estuve mucho más tiempo.
-Háblenos de Rafael, ¿era tan bohemio como cuentan?
-No era bohemio, era más que bohemio. Para mí Rafael del Águila fue una persona importante en mi vida, porque me aficionó a la música clásica. Él me enseñaba flamenco, pero también música de Tárrega, de Fernando Sor, de Albéniz, de Falla, en fin, de todos los autores nacionales e internacionales de música clásica, porque también me descubrió a Chopin, a Beethoven y Bach.
-¿Quién era el referente de Balao por aquel entonces?
-Pues como todos los guitarristas de mi generación, nuestro ídolo era el Niño Ricardo. Todo el mundo quería tocar sus cosas, y bueno, en mi caso, siempre iba a verlo cuando venía a Villamarta con Juanito Valderrama. Era mi ídolo, un Dios para mí. También en esa época estaba Sabicas, aunque como se fue a México y a Estados Unidos, sus discos no llegaron aquí hasta 1960, y antes que ellos Ramón Montoya, de quien bebieron ambos y fue el pionero de la guitarra más moderna.
-¿Cuándo decide dedicarse íntegramente a la guitarra?
-Nunca lo decidí, fue algo que llegó solo. Gracias a Dios tuve una infancia cómoda porque mi padre estaba bien situado, era jefe de la fábrica de harina, y nunca me faltó de nada. Pese a todo, no estudié demasiado porque al acabar en La Salle mi padre me mandó a llevar las cuentas de un granero que había en la calle Ávila. Aún así yo seguía interesándome por la guitarra y poco a poco me fui acercando al mundo del flamenco con los cantaores que había en aquella época, Sordera, Terremoto o acompañando el baile en la Academia de Cristóbal el Jerezano, donde coincidía con Paco Cepero, que era más joven que yo y casi siempre lo acompañaba a su casa. Después conocí a mi mujer, que era bailaora, y al salir de la mili me marché a Madrid para empezar a trabajar en tablas como Las Brujas.
-¿Cómo era la vida en Madrid?
-Difícil porque éramos muy jóvenes y había que buscarse la vida. Conocí a mucha gente, a artistas como Canalejas de Puerto Real, Porrina de Badajoz y Rosita Durán. De todas formas, nunca estuve en un sitio fijo porque durante toda la década de los sesenta estuve entre Madrid, Mallorca, Barcelona y Las Palmas, la mayoría de las veces con un cuadro en el que estaba Cristóbal el Jerezano y otras solo con mi mujer y otros artistas.
-¿Y por que decide volver a Jerez a finales de los setenta?
-Sencillamente porque tuve a mi primera hija y mi mujer tuvo que quedarse en Jerez para cuidar a ella y a su padre. Estuve un tiempo solo, en Bagdad, Lisboa y un montón de ciudades, pero decidí volverme para estar con mi familia. El problema que tuve al volver fue que como me había llevado tanto tiempo fuera, los cantaores ya no me conocían. Además, aquí en Jerez siempre ha habido ese aire de gitanerío en el ambiente flamenco, el que no era gitano no tenía sitio. ¿Qué hice? Pues dar clases. Abrí la academia con Manuel Lozano 'El Carbonero' en el 81 y poco a poco fui relacionándome con las peñas, que me llamaban para los concursos de cantes, sobre todo en la sierra. A veces me decían el Rey de Sierra Morena, porque siempre estaba trabajando en la sierra (risas).
-Ha hablado usted de su labor como docente, a la que lleva dedicado desde el año 1981, primero con El Carbonero y luego solo. Pero para eso ¿hay que tener una habilidad especial?
-Ante todo hay que tener paciencia, pero también psicología con los alumnos, porque no es lo mismo un niño de 10 años que una persona ya mayor. Es una labor importante esa, porque reconozco que en más de una ocasión he hecho de psicólogo. Hay personas que vienen con problemas y a mí me gusta escucharlos. Luego, también hay que tener un gran conocimiento musical, tener la mente abierta a todo tipo de música. Me considero flamenco porque empecé haciendo flamenco pero puedo tocar música de todo el mundo, desde la época renacentista a la barroca pasando por la música sudamericana e incluso a la asiática.
-Y esa mentalidad abierta, ¿cómo se adquiere?
-Eso depende de uno. Yo nunca he ido al conservatorio, pero he ido aprendiendo a leer en partitura por mí mismo. Me costó muchos años de aprendizaje, pero lo he conseguido. En mi caso creo que soy autodidacta en un 80 ó 90 por ciento.
-Volviendo a la faceta didáctica, ¿qué reconforta más a un maestro de guitarra?
-A mí lo que más me reconforta es ver a mis alumnos abrirse camino y triunfar en la música. Disfruto viendo disfrutar a mis alumnos, y eso me estimula más para seguir en el camino porque por aquí han pasado alumnos como Alfredo Lagos, Javier Patino, Juan Diego, El Bolita, Pascual de Lorca, José Ignacio Franco, Miguel Salado, Santiago Lara...Eso en Jerez, porque de fuera también han salido gente.
-¿Qué palabra se asocia más a su personalidad, compositor o guitarrista?
-Creo que compositor porque guitarristas hay muchos pero creadores o compositores hay muy pocos. A mí nunca me ha gustado recorrer el mismo camino que han recorrido los que me han precedido, siempre he optado por innovar, hacer algo diferente. No obstante, si hago unas alegrías de Cádiz no deben perder el toque flamenco, puede ser más revolucionario pero sin perder la esencia.
-Dicen algunos que ahora se trasportan demasiado los tonos en la guitarra y que no suenan igual los palos ¿qué opina de eso?
-Yo no creo que eso sea así, porque el primero que tocó rondeña con la sexta cuerda en RE y la tercera en FA sostenido fue Ramón Montoya y te estoy hablando de hace 70 años. Se puede cambiar de afinación sin perder el toque flamenco. Por ejemplo, yo tengo una nana con afinaciones raras, pero sigue sonando a flamenco. Lo bueno de los guitarristas de hoy es eso, la armonía y la técnica, antes no se salía de cuatro o cinco trastes y hoy se recorre el mástil entero.
-¿Qué se necesita para componer?
-Primero, mucha información musical y luego tener imaginación, porque eso va con la persona. Hay guitarristas que tocan muy bien, con buena técnica, pero no aportan nada nuevo, no tienen sensibilidad. Andrés Segovia, por ejemplo, fue uno de los números unos de la guitarra clásica y sin embargo no compuso nada. En el flamenco, por ejemplo, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Vicente Amigo han aportado cosas, pero muchos otros se han limitado a hacer lo mismo, no han definido su personalidad.
-¿Y qué es más importante la técnica o el matiz?
-La técnica es fundamental para poder desarrollar la música, pero el matiz lo es aún más porque si tienes mucha técnica pero luego no aportas sentimiento, todo lo que hagas no vale, es algo plano que no dice nada. Para mí, un guitarrista es bueno cuando tiene técnica, tiene sentimiento, y lo más importante, creatividad.
-Como miembro de muchos jurados en distintos concursos, ¿le da pena que se estén perdiendo estos formatos?
-Sí que da pena, sobre todo por el de Los Cernícalos, que era un concurso con mucho peso en toda España. O bien por la crisis económica o bien porque todo evoluciona, como he dicho antes, estos eventos se han ido aparcando y es una pena porque sobre todo para los chavales jóvenes los concursos eran necesarios.
-Usted que ha sido testigo de la evolución de distintas generaciones, ¿cómo es la actual generación guitarrística?
-Los jóvenes tienen hoy en día una concepción distinta a la de hace unos años. Antes éramos más atrevidos en muchas cosas y sobre todo teníamos inquietudes. Para mí la vida, en el mundo artístico, ha ido degenerando. La juventud ya no tiene esas inquietudes musicales y artísticas que había antes. Hoy van a salir del paso, y se ha perdido la sensibilidad y la educación, al menos en un gran porcentaje. Ahora hablas a un niño de Vivaldi o de Bach y dicen '¿ese quién es?'. Igual que con el flamenco, que sólo quieren bulerías y en el flamenco hay palos tan maravillosos como la soleá, la farruca, las tarantas, granaínas, guajira, colombianas...
-¿En qué momento está la guitarra en general?
-La guitarra ha evolucionado tremendamente, ahora tiene mucha más armonía y técnica que en mis tiempos. Antes era bonita pero con conocimientos musicales mucho menos extensos. Como en la vida, las cosas evolucionan y la guitarra no es una excepción. En lo clásico quizás se haya evolucionado menos, porque no han salido demasiados creadores, todavía se sigue tocando la música de Tárrega o Fernando Sor.
-Y ya por último, la última vez que hablé con usted me dijo que había compuesto más de cien temas propios, ¿por dónde va ya la cuenta?
-Ya he perdido la cuenta de las partituras que tengo (risas mientras rebusca en su cajón), puede que más de doscientas. De flamenco tengo muchas y en muchos palos múltiples. Por ejemplo, bulerías tengo en varias tonalidades, al igual que alegrías o farrucas. También tengo composiciones de música sudamericana y arreglos musicales.
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