de actualpsico. Por María Vázquez-Costa
En el post anterior “Descubriendo el Trastorno Límite de la Personalidad” se introdujo el trastorno límite a nivel histórico y descriptivo. Veíamos que la característica central es una fuerte “inestabilidad en las relaciones interpersonales, en la autoimagen y en la afectividad”, junto con un componente deimpulsividad muy notable.
¿Cómo se “miden” esta inestabilidad e impulsividad para llegar a un diagnóstico? A menudo no es sencillo, a pesar de los detallados criterios del Manual Diagnóstico (DSM-IV-TR). Esto es así porque, a nivel clínico y de investigación, se observa una elevada comorbilidad del TLP con muchos otros trastornos. Es decir: una gran mayoría de las personas diagnosticadas con TLP ha sufrido o sufrirá algún otro trastorno psicológico, destacando la depresión mayor, distimia, trastornos por consumo de sustancias, trastornos alimentarios, trastorno por estrés postraumático (TEPT), otros trastornos de ansiedad, así como con otros trastornos de personalidad, con porcentajes variables (hasta casi un 90%) según los estudios (Leichsenring et al, 2011). También se han hallado relaciones con el trastorno bipolar y el TDAH. Esta elevada asociación del TLP con otros trastornos psicopatológicos ha llevado en ocasiones a discutir la validez del diagnóstico: ¿realmente es una entidad diferenciada de todas las demás?Algunos autores han sugerido, por ejemplo, que el TLP no sería en realidad más que una forma de TEPT crónico. En efecto, una enorme proporción de personas con trastorno límite han sufridoabuso sexual o maltrato de algún tipo en su infancia y pueden ser diagnosticados de TEPT en su vida adulta. Sin embargo, no es así en todos los casos. Las investigaciones de los últimos años indican que el TLP es una entidad diferente a todos los demás trastornos conocidos y con características peculiares. Podemos plantear la cuestión de si se trata de una “enfermedad” o una “forma de ser”, pero antes de entrar en esta reflexión, profundizaremos un poco más en lo que se sabe hoy día.
Sea como sea que se “clasifique” el TLP, para poder ayudar a una persona que presenta ese tipo de problemas es importante entender cómo experimenta su vida y de dónde le vienen esos miedos, esos sentimientos de vacío, esos impulsos recurrentes de hacerse daño o incluso de acabar con su vida… Hay multitud de modelos que intentan explicar el TLP desde distintos puntos de vista. Exponerlos todos excede las pretensiones y el espacio de este artículo, pero vale la pena exponer algunos puntos relevantes.
La mayoría de autores concuerda en que se da una interacción entre factores genéticos y ambientales. Aunque no se han identificado genes concretos implicados, estudios de gemelos han mostrado una heredabilidad del 0.65 al 0.75, consistente con lo hallado para los trastornos de personalidad en general.
A nivel neurobiológico, uno de los hallazgos más consistentes es el menor volumen de la sustancia gris del córtex prefrontal, así como de la amígdala (elemento clave del “cerebro emocional”) y el hipocampo. Esto -junto con algunos resultados de pruebas de neuroimagen funcional- apunta a una disfunción de los circuitos fronto-límbicos, que tienen un papel clave en la regulación de las emociones. Pese a todo, los hallazgos neurobiológicos sólo permiten explicar algunos rasgos presentes en la personalidad límite –aunque no exclusivos de ésta- como la impulsividad o la hipersensibilidad al refuerzo negativo, estando lejos de poder diagnosticar este trastorno en base a la neuroimagen.
Por otro lado, el hecho de que haya una alteración biológica no implica que sea un “defecto genético” (el volumen de la amígdala, por ejemplo, puede variar como efecto de traumas infantiles), aunque sí indica que algunos rasgos del TLP pueden ser parcialmente explicados por dichas alteraciones, que suelen producirse muy temprano en la vida de la persona.
En definitiva, los datos procedentes de la biología apoyan la hipótesis de una vulnerabilidad biológica subyacente a la desregulación emocional observable en las personas con TLP. Algunos autores proponen esta mala regulación de las emociones como el eje central del trastorno límite, que estaría en la base de los problemas cognitivos, de la alteración conductual (impulsividad) y de las dificultades interpersonales, que se desarrollan e instauran con posterioridad.
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