¡Ay, los padres! les queremos mucho, pero a veces acaban con nuestra paciencia y no podemos pasar con ellos un día entero. ¿Y los hijos? es que nos 'matan' a disgustos. relaciones problemáticas. las analizamos para intentar mejorarlas de la mano de seis historias reales. seguro que nos vemos retratados
No existe ningún otrooficio en el mundo que requiera tanta dedicación y compromiso. Va mucho más allá de cualquier jornada completa. Y si no, que se lo pregunten a Nuria Mateo y a Aurelia Martínez. Ser madre (y padre) implica responsabilizarse de la manutención, la protección y la educación de un bebé 24 horas al día durante unos cuantos años. De hecho, hasta que los hijos son capaces de valerse por sí mismos -emocional y económicamente- transcurren entre 18 y 30 años, dependiendo de cada caso.Nadie pone en duda que adentrarse en la paternidad (y la maternidad) supone un punto de inflexión radical en nuestro camino vital. Es común escuchar a la gente decir que tener hijos es lo más maravilloso que te puede ocurrir. Que te cambia la vida para siempre. E incluso que no existe ninguna experiencia comparable, pues los hijos despiertan lo mejor y lo peor de uno mismo.
La paradoja es que a lo largo de nuestro proceso de educación nadie nos enseña a ejercer esta nueva función biológica. Tarde o temprano nos vemos sosteniendo en nuestros brazos a un recién nacido, sin duda alguna la criatura más frágil, inocente y hermosa que habita en este mundo. Y es en ese preciso momento cuando nuestra ilusión se ve empañada por el miedo. Sobre todo porque nos damos cuenta de que, en general, no tenemos ni idea de lo que se supone que debemos hacer.
Tener hijos no nos convierte en padres (ni madres), del mismo modo que tener una guitarra no nos vuelve guitarristas. Esta es la razón por la que a muchos no nos queda más remedio que aprender a través de nuestra experiencia. Un proceso que irremediablemente nos lleva a cometer errores. En el nombre de nuestras mejores intenciones tomamos decisiones, actitudes y comportamientos pensando en lo que creemos que es mejor para nuestros hijos. Sin embargo, con el tiempo y la distancia, a veces nos damos cuenta de que hicimos lo que hicimos porque, en realidad, era lo mejor para nosotros.
Esta toma de consciencia forma parte del aprendizaje, tanto para los padres (y las madres) como para los hijos. Y como no podía ser de otra manera, muchos de estos no lo comprenderán ni lo aceptarán hasta que pasen ellos mismos por la misma experiencia. Es un círculo tan inmutable como eterno: normalmente empezamos a empatizar con nuestros progenitores cuando tenemos hijos. Tal y como ha hecho Marc Singer, llega un día en el que incluso somos lo suficientemente humildes para perdonarlos, reservándoles un lugar privilegiado en nuestro corazón.
Eso sí, antes de dar el importante paso de la paternidad, nunca está de más reflexionar dicha decisión detenidamente. En este sentido, ¿qué nos lleva a contraer matrimonio? Y más importante todavía: desde un punto de vista emocional, ¿estamos verdaderamente trabajados para asumir la responsabilidad que implica ser padres? Si bien no existen estudios cualitativos que respondan a estas preguntas, los datos no son demasiado alentadores. En la última década, España ha registrado el mayor incremento de toda Europa en el número de divorcios, pasando de 36.072 en 1998 a 110.036 en 2008, según el Instituto de Política Familiar. Según esta estadística, se produce un divorcio cada cinco minutos.
Superada la etapa del enamoramiento, muy pocas relaciones mantienen encendida la llama del amor. Y esto es algo que terminan pagando nuestros retoños. Generación tras generación, muchos adultos seguimos priorizando nuestro interés personal en detrimento del bienestar de nuestros hijos. Estamos tan cegados por lo que creemos que puede aportarnos un bebé a nuestra existencia, que apenas reflexionamos sobre si estamos en condiciones de amarlo y educarlo tal y como necesita.
Ahora mismo, la media de hijos es de 1,33 en las madres españolas -que conciben su primer retoño a los 31 años- y de 1,69 en las madres extranjeras afincadas en este país, según el Instituto Nacional de Estadística. Más allá de estos datos -y de la necesidad biológica de preservar nuestra especie-, ¿por qué tenemos hijos? Esta fue una de las preguntas que motivaron la elaboración del estudio La infancia y la maternidad en España 2010. Un grupo de expertos realizó 1.000 encuestas a mujeres con edades comprendidas entre los 18 y 45 años de todo el territorio nacional. De estas, más de la mitad ya son madres y las que todavía no lo son tienen la intención de serlo en el futuro. El 13% de las encuestadas afirmaron que renuncian a la maternidad, una postura adoptada por cada vez más parejas.
Según este estudio, existen tres razones principales por las que se quiere tener descendencia: 1. Sentirse realizadas como mujer. 2. La relevancia social que implica tener un bebé. 3. El efecto positivo que un recién nacido aporta a una relación de pareja. Estas respuestas ponen de manifiesto la perspectiva egocéntrica con la que, en general, nos embarcamos en la aventura de ser padres.
Y lo cierto es que este egocentrismo paternal no tiene nada de nuevo. Hace más de cinco décadas, el psicólogo humanista norteamericano Carl Rogers (1902-1987) constató que "normalmente deseamos tener un hijo para cumplir con lo que nuestra familia y la sociedad espera de nosotros". También para "crear un vínculo afectivo con nuestra pareja, de la que nos sentimos distanciados". En algunos casos, "los hijos también se convierten en un juguete con el que entretenernos y escapar así del aburrimiento, el vacío y la monotonía de una vida carente de propósito y sentido".
Según las tesis planteadas por Rogers, "nuestros deseos egoístas no son motivo suficiente para concebir un hijo". En el caso de llegar el momento oportuno, "nuestro corazón siente una aspiración mucho más trascendente y altruista: contribuir con nuestro granito de arena en la evolución consciente de la humanidad, comprometiéndonos con desarrollar todo el potencial del recién nacido", afirma este psicólogo, autor de El proceso de convertirse en persona y El matrimonio y sus alternativas.
Para lograrlo, primero hemos de echarnos un vistazo a nosotros mismos. Para poder ser un buen padre se debe contar con la comprensión suficiente para disfrutar de una vida equilibrada y plena. Antes de dedicarnos a atender emocionalmente a nuestros hijos, primero debemos haberlo hecho con nosotros mismos. Solo así asumiremos nuestro nuevo rol de forma madura y responsable, tal y como explica Laura Ubalde. En palabras de Rogers, "si bien en general se tienen hijos porque toca, no hemos de olvidar que ser padre es un milagro biológico, el don más preciado de nuestra existencia; requiere cierto esfuerzo por nuestra parte ser dignos de disfrutarlo".
La historia de Montserrat Ras Mallorquí revela una verdad incómoda: no hay relaciones más amorosas y a la vez tan conflictivas como las que se crean en el seno de la familia. Con los años, nuestro hogar puede convertirse en un nido de cariño, ternura y complicidad, pero también en un tribunal despiadado y frío en el que cada miembro asume los roles de juez, verdugo y víctima. Además, en el nombre de la confianza, parece como si tuviéramos carta blanca para decir lo que pensamos sin tener que pensar en lo que decimos. En ocasiones, y casi sin darnos cuenta, terminamos pagando nuestro malestar los unos con los otros, abriendo heridas cada vez más difíciles de cicatrizar.
Frente a este contexto cabe preguntarse: ¿cuál es la raíz de todos estos problemas y conflictos? Si bien no existe una sola respuesta, muchos expertos hablan de la "paternidad inconsciente". Se trata de un fenómeno que viene repitiéndose a lo largo de los siglos y que va traspasándose de generación en generación por medio del condicionamiento promovido por el orden establecido. El resultado es bien conocido por todos: se le denomina "pensamiento único". Es decir, la manera normal y común en la que una determinada sociedad piensa, entiende y se relaciona con la vida.
Esta es la razón por la que, dependiendo del lugar donde nacemos, solemos utilizar un determinado idioma, defender una determinada cultura, estar afiliados a un determinado partido político, seguir una determinada religión e, incluso, apoyar a un determinado equipo de fútbol. Normalmente no elegimos nuestras creencias (que condicionan nuestra forma de comprender la vida), nuestros valores (que influyen en nuestra toma de decisiones) y nuestras aspiraciones (que marcan aquello que deseamos conseguir). Todo ello nos es determinado durante nuestro proceso de condicionamiento.
Llegados a este punto, caber recordar que cuando nacen los niños son como una hoja en blanco: limpios, puros y sin limitaciones ni prejuicios de ningún tipo. Al ver el mundo por primera vez, se asombran por todas las cosas que en él suceden. Ese es el tesoro de la inocencia. Tan solo hay que ver la cara que ponemos los adultos cuando miramos cómo juega un niño a nuestro alrededor. Solemos sonreír, disipando por unos momentos la nube gris que normalmente distorsiona nuestra manera de ver e interpretar la realidad.
Sin embargo, "los padres inconscientes creen erróneamente que sus hijos son una más de sus posesiones, y, en vez de darles lo que verdaderamente necesitan (cariño, atención, aceptación, libertad y mucho amor), les ponen todo tipo de límites, inculcándoles creencias, valores y aspiraciones que definan quiénes han de ser, cómo deben comportarse y de qué manera deben vivir". Son palabras del reconocido psicólogo y filósofo alemán Erich Fromm (1900-1980), autor de La patología de la normalidad, El arte de amar y El miedo a la libertad.
"La paternidad inconsciente no tiene como finalidad desarrollar el potencial único de cada recién nacido, sino garantizar que este se convierta en un adulto normal, alineado con los cánones de pensamiento impuestos por la sociedad", según Fromm. Así es como, poco a poco, "la inocencia va siendo sepultada por una capa de ignorancia, obstaculizando que cada ser humano realice su propio descubrimiento de la vida". Y es que una cosa es poner límites, y otra bien distinta, imponer limitaciones. Lo curioso es que "los padres inconscientes hacen con sus hijos exactamente lo que les hicieron a ellos cuando eran niños". De ahí que se diga que todos somos hijos de víctimas, que a su vez son hijos de víctimas, que a su vez fueron hijos de víctimas...
La paternidad inconsciente suele generar dos tipos de reacciones en los hijos: "Los hay que literalmente se convierten en sus padres, adoptando el mismo estilo de vida", sostiene el psicólogo Erich Fromm. De hecho, "muchos copian y reproducen según qué comportamientos de sus padres a la hora de relacionarse con sus propios hijos". Por el contrario, "los hay que se rebelan, entrando en conflicto con el canon marcado por sus progenitores". En estos casos, "los hijos suelen construir un mundo personal, social y profesional opuesto al determinado por su entorno familiar".
Más allá de estos dos extremos, Fromm propone que los hijos nos "emancipemos emocionalmente" de nuestros padres. Solo así podremos lograr "un sano equilibrio entre el legado familiar y la posibilidad de seguir nuestro propio camino en la vida". Desde la óptica del psicoanálisis, a este proceso se le conoce como "matar al padre". Por supuesto, "no se trata de acabar con nuestros progenitores físicamente, pero sí de trascender su influencia psicológica, liberándonos de la necesidad de ser aceptados, valorados y amados por ellos".
Esta metáfora es una invitación a asumir la responsabilidad de nuestra vida emocional, tal y como ha hecho Eduardo Grimal. Así es como podemos dejar de victimizarnos y de culpar a nuestros padres por la manera en la que nos condicionaron durante la infancia y por la forma en la que se relacionan con nosotros ahora. Más que nada porque "movidos por sus buenas intenciones, nuestros padres siempre lo hacen lo mejor que pueden en base a su grado de comprensión y a su nivel de consciencia", concluye Fromm.
Al convertirnos en adultos, los hijos solemos quejarnos por la mochila familiar que cargamos sobre nuestras espaldas, repleta de miedos, complejos y frustraciones. Sobre todo porque este exceso de equipaje suele condicionar y limitar nuestra manera de relacionarnos con los demás. Pero, tal y como descubrió Pilar García Fuertes, debido al tipo de infancia y de condicionamiento que recibieron en su día, nuestros padres suelen cargar con una maleta bastante más pesada que la nuestra.
Por ello, la conquista de nuestra independencia emocional no pasa por confrontar ni enemistarnos con nuestros progenitores. Por más que nos moleste, están en su derecho de opinar acerca de cómo les gustaría que fuera nuestra vida. Así, "el reto consiste en aprender a autoabastecernos emocionalmente, fortaleciendo nuestra autoestima", sostiene Darío Lostado, profesor de psicología y filosofía de la Universidad de Chile. "Solo así podremos despedirnos definitivamente de la necesidad de que nuestros padres sean diferentes a como son hoy".
Además, "lo que no resolvemos con nuestros padres, lo trasladamos a nuestros hijos", añade Lostado, autor de La alegría de ser tú mismo. De ahí que esta emancipación emocional sea el pilar sobre el que se asienta la "paternidad consciente", que, más allá de condicionar a los hijos, promueve una auténtica educación. Etimológicamente, uno de los significados de la palabra latina educare es "conducir de la oscuridad a la luz". Es decir, "extraer algo que está en nuestro interior, desarrollando todo nuestro potencial". Así, "nuestra función como padres no consiste en proyectar nuestra manera de ver el mundo sobre nuestros hijos, sino en acompañarles para que ellos mismos descubran su propia forma de mirarlo, comprenderlo y disfrutarlo".
Para saber si verdaderamente hemos sanado nuestras heridas, basta con que pasemos un fin de semana con nuestros padres. "Si somos capaces de relacionarnos con ellos con aceptación (dejando de reaccionar frente a según qué comentarios), empatía (tratando de comprenderles, en vez de querer que nos comprendan primero a nosotros) y compasión (dando lo mejor de nosotros mismos desde el corazón), quiere decir que estamos preparados para tener y educar hijos de forma consciente, madura y responsable", afirma Lostado. Y concluye: "Quien no acepta, perdona y ama a sus padres, suele terminar siendo una carga para sus hijos".
elpais.com
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Jaume Guinot
Gabinete de Psicologia - Colegiado 17674
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