Históricamente, la mirada sobre los modelos educativos familiares y su repercusión en la salud mental se ha puesto en los problemas psicológicos causados por estos modelos. Desde la "histeria" y la agresividad, que han sido relacionados con estilos represivos y autoritarios, hasta el fenómeno "nini", resultado de la idea de evitar el autoritarismo de la generación anterior, optando porque el niño se autogestione instintivamente.
Este artículo pretende poner la mirada en la parte funcional de la familia: en cómo los padres eficaces en la crianza positiva de sus hijos realizan funciones de nutrición afectiva por medio del amor complejo (Linares, 2012) y transmiten un modelo de relación interpersonal que desarrolla la inteligencia emocional, atendiendo al modelo que entiende la inteligencia emocional como una habilidad (Mayer y Salovey, 1997).
Una de las aspiraciones de los padres para sus hijos es que tengan suficientes habilidades para lograr el éxito o la felicidad. El concepto que se tenía de un niño inteligente en la escuela tradicional, era de aquel que dominaba los contenidos curriculares: matemáticas, lenguas antiguas,... Después se identificaba un niño inteligente con el que obtenía mayor puntuación en los test de cociente intelectual, ya que el que mayor puntuación obtenía mejores eran sus calificaciones. En la actualidad estas ideas se tambalean por dos cuestiones:
- Para conseguir el éxito profesional no basta con la inteligencia académica, sino que es imprescindible tener habilidades relacionales que nos allanen el camino para el trabajo, sobre todo si este es en equipo, tales como la empatía, la gestión adecuada de las emociones y la capacidad de reparación emocional. (Fernández-Berrocal y Extremera, 2002).
- Un alto cociente intelectual o la formación académica no son suficientes para tener éxito o felicidad en la vida. (Waldinger, 2016).
Linares et al (2015) nos dicen que la parentalidad tiene dos funciones básicas: la socialización, en sus vertientes de protección y control, y la nutrición emocional, en cuanto a las conductas que expresan reconocimiento, valoración, amor y ternura; estos últimos elementos cognitivos y emocionales de la parentalidad constituyen el apego seguro (Ainsworth, 1979).
Por otro lado, los estudios sobre estilos parentales (Paquette, Bolté, Turcotte, Dubeau y Bourchard, 2000) identifican los patrones educativos predominantes, que Marina (2010) esquematiza en dos ejes: Exigencia-Permisividad, Frialdad-Calidez, dando como resultado los estilos Autoritario (Exigente y Frío), Negligente (Permisivo y Frío), Permisivo (Permisivo y cálido) y Responsable (Exigente-Cálido).
El estilo Autoritario es controlador, muestra poco afecto, exige perfección y no admite fallos, llegando a ser hostil y degradante; los hijos no desarrollarán adecuadamente la autoestima ni la competencia social, suelen ser impulsivos y agresivos, obedecen pero no colaboran proactivamente y muestran poca tolerancia tanto a la frustración como a los errores de sus iguales. La cinta blanca (2009) de Haneke es un buen ejemplo.
Los padres Negligentes se caracterizan por la baja disciplina, poca exigencia y escasa comunicación, así como por la frialdad emocional, no imponen límites sino que se inclinan a dejar que los hijos hagan lo que desean ya que su vida es tan estresante que no tienen energía suficiente para conducirlos o atender sus necesidades; la vivencia de los hijos es que poseen completa libertad para seguir o no las instrucciones de sus padres, carecen de afecto y en general están desantendidos. Podemos ver un ejemplo en la película Talullah (2016), de Sian Heder.
Los padres Permisivos son sobreprotectores, poco controladores, vagamente afectuosos y escasamente comunicativos. Los hijos son vitales, sociables, con una gran autoestima, pero inmaduros, impulsivos y con escasa motivación para el trabajo o la colaboración. La serie The Slap (2015) muestra los conflictos en una familia extensa por los efectos de este tipo de educación.
Los padres Responsables son afectuosos, comunicativos, razonablemente exigentes y asertivamente controladores. Los hijos poseen una buena autoestima y competencia social, mostrándose autónomos, autocontrolados, están motivados para las tareas y encuentran compensaciones en los planes de futuro. Los hijos de los Stark, en la serie Juego de Tronos (2011), son un buen ejemplo.
Los estudios de Ruvalcaba, Gallegos, Robles, Morales y Gónzalez (2012) y de Ramirez- Lucas, Ferrando y Sainz (2015) encuentran que tanto los estilos parentales como la inteligencia emocional de los padres influyen en el desarrollo emocional de los niños. Existe una relación directa entre el estilo parental responsable (o democrático) con una mayor inteligencia emocional de los padres, y a su vez con una mayor regulación y percepción emocional. También con un mejor estado de ánimo y un mejor manejo del estrés de sus hijos. Esto favorece el desarrollo de mejores habilidades emocionales en los hijos, a través de la facilitación. Dicha facilitación necesariamente implica un nivel de comunicación adecuada a nivel afectivo, como sugieren teóricamente Alegre (2011), Cuervo (2010) y Páez et al (2006).
También el estudio de Muñoz (2014), da apoyo empírico a la relación entre la inteligencia emocional de los padres y el desarrollo de la inteligencia emocional de sus hijos, indica que hay una correlación lineal positiva entre los factores reparación y claridad de los padres con la capacidad de los hijos para identificar y expresar los estados emocionales, seguir las normas y la frecuencia con la que expresan alegría. Asimismo, hay una correlación lineal positiva entre el factor de reparación emocional y la resolución de conflictos de los hijos. La frecuencia con la que se enfadan los niños tiene una significativa correlación lineal con el factor de atención emocional de los padres.
Para tener una vida saludable y feliz, lo importante es desarrollarse, aprender a aprender, ser consciente y crítico, tener relaciones cercanas de calidad, y no tanto el logro de metas, el cumplimiento de evaluaciones o el obedecer sin rechistar: por tanto, en el ámbito educativo, la educación ha de ser vista como un proceso interno y no como un adiestramiento por objetivos. Dentro del ámbito educativo estos estudios nos aportan por un lado un espejo donde el profesorado puede intuir que su propia inteligencia emocional tiene una influencia importante en el desarrollo de las habilidades emocionales de sus alumnos y que igual de importante que la lección, será tener la formación adecuada para enseñarles a dialogar para resolver conflictos, crear un clima favorable para expresar las emociones, sentimientos de forma asertiva y así contribuir en el desarrollo integral de los menores, y por otro, que es necesaria la implementación de programas de educación emocional para padres, y así posibilitar una intervención más eficaz en el marco familiar con efectos positivos en el desarrollo personal de sus hijos.
En consecuencia, intervenciones terapéuticas como las propuestas por la terapia Lizeretti (2012), basada en la inteligencia emocional o por Linares (2012) y Laso, Medina, Laso y Hernández (2014) más centradas en las habilidades emocionales de la familia, son importantes para transformar a los padres de familia en padres responsables y democráticos, que son conscientes de sí mismos, de sus emociones, y saben gestionarlas para cambiar y lograr así que sus hijos cambien.
También podemos concluir que el psicólogo de cualquier ámbito ha de tener presente la importancia de empezar a dar más cabida a las emociones y a su manejo inteligente en los procesos de cambio, debido a las consecuencias que estas tienen para la salud mental individual y colectiva.
La relación entre el estilo de crianza y la inteligencia emocional aporta a la familia una orientación clara de hacia dónde deben dirigirse en el cuidado de los hijos, la inteligencia emocional puede trabajarse desde el momento de nacimiento del niño: ejercer un estilo de crianza responsable tiene un efecto directo en la salud emocional y en la futura felicidad de los hijos. Con la consciencia de que el cuidado empieza en uno mismo, y que en la medida en que los padres desarrollen su inteligencia emocional, la podrán modelar e inducir en sus niños.
Las limitaciones de los estudios mencionados radican en las variables de contexto y culturales en las cuales se realizan, y en algunos casos la muestra de participantes ha sido pequeña y poco heterogénea. Además, se ha dejado a un lado la investigación de corte cualitativo, que hubiera podido aportar riqueza descriptiva, a lo que se suma la falta de literatura científica sobre el tema, lo que se puede explicar por varias razones: por una lado, la complejidad metodológica que conlleva la realización de estudios longitudinales y multivariados; por otro lado, por la dificultad que entraña la evaluación infantil en sí misma, unido a la falta de instrumentos de medición fiables de los procesos emocionales y en concreto de la Inteligencia Emocional infantil, donde las pruebas estandarizadas son muy escasas y la mayor parte no buscan un acceso directo al niño, sino que recogen información a través de terceros.
En el futuro, es importante dar continuidad a este tipo de estudios, ampliando la muestra, proponiendo pruebas fiables para medir tanto la inteligencia emocional objetiva como la inteligencia emocional subjetiva (tests que probablemente haya que construir y validar), realizar estudios comparativos padres-hijos, y comprobar si se dan procesos bidireccionales en los efectos sobre ambos, así como estudios longitudinales que nos puedan indicar a lo largo de diferentes generaciones si las relaciones encontradas son coherentes en el tiempo. E ir midiendo la eficacia de las intervenciones educativas y terapéuticas propuestas.
Desde el Grupo de Trabajo de Inteligencia Emocional os invitamos a profundizar en estos y otros temas relacionados con la Inteligencia Emocional y la salud mental en niños, adolescentes y adultos, ya sea en las actividades formativas programadas en el COPC, en el Master en Inteligencia Emocional en el Ámbito Social y de la Salud, o bien en eventos científicos como el recientemente celebrado III Congreso Nacional de Inteligencia Emocional y el I Congreso Iberoamericano de Inteligencia Emocional los días 3, 4 y 5 de noviembre de 2016.
Rosa Zayas Reyes Colegiada Nº: 17597
GT en Inteligencia Emocional
fuente: psiara.cat
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