El conocimiento popular de la hipnosis está marcado por la imagen que de ella transmiten los espacios televisivos que a lo largo de la historia nos ha ofrecido la pequeña pantalla. La emisión del programa de Antena 3 no estuvo exenta de polémica. En el propio espacio se bromeó con las acusaciones de fraude que recibió ya en su primera entrega, emitida meses atrás. Además, la Asociación para el Avance de la Hipnosis Experimental y Aplicada (AAHEA) se puso en contacto con ABC para denunciar el uso «teatral» de unas técnicas que, aseguraron, podrían «generar perjuicios para la salud de los usuarios».
Con el objetivo de experimentar en primera persona cómo es una sesión de hipnosis, me desplazo a un centro donde un profesional de dicha disciplina la practica de forma terapéutica en sus pacientes. Se trata de la Clínica de Hipnosis, situada en el madrileño barrio de Salamanca. La dirige el hipnólogo Hernán J. Hernández García Casariego, que ostenta numerosos títulos que certifican su formación en la materia. Él también se muestra crítico con la imagen que la televisión ofrece de la disciplina a la que se dedica, lamentando la ausencia de pedagogía en los programas donde se usa la hipnosis como un «show».
Dejar el tabaco con una sola sesión de hipnosis
Hernández señala que sus usuarios más habituales son personas con algún tipo de trastorno psicológico, como las fobias, la ansiedad o la depresión. También atiende a quienes sufren problemas de conducta como comerse las uñas o la incontinencia urinaria. Asimismo, se encarga de ayudar a personas con adicciones a luchar contra ellas, siendo el tabaquismo una de sus especialidades. De hecho, asegura ser capaz de conseguir que un usuario deje de fumar tras una única sesión.
En mi caso, me va a practicar la primera sesión de una terapia como la que practicaría orientada a combatir el insomnio ocasional. Me formula un par de preguntas sobre mi estilo de vida y mis hábitos de sueño, y seguidamente me indica que me tumbe en la camilla. Me coloca un pulsómetro, para controlar mi ritmo cardiaco, y unos auriculares, con el objetivo de aislarme de los ruidos externos.
Empieza la sesión pidiéndome que cierre los ojos y, a continuación, oigo el sonido de las olas del mar, acompañado de una melodía relajante. El hipnotizador se dirige a mí, con un tono suave y un ritmo pausado, a través de un micrófono. Va mencionando las distintas partes del cuerpo, indicándome que me concentré en cada una y las relaje. Empieza por los pies y acaba por la frente, la parte donde, según él, se acumula más tensión.
Pasada esta primera fase, y sin abandonar el ambiente marítimo, me invita a imaginarme que me colocan una máscara que me tapa la nariz y la boca. Tengo que pensar que a través de ella entra en mi cuerpo una abundante dosis de anestesia, que servirá para insensibilizarme de los pies a la cabeza.
A continuación, me conduce a centrarme en la respiración y en los órganos implicados en ella. En este punto, añade en sus instrucciones parte del tratamiento específico contra el insomnio ocasional. Me señala que cuando me vengan a la cabeza pensamientos negativos que me hagan creer que no voy a poder dormir o que quedan pocas horas para despertarme, tengo que expulsarlos junto al aire que espiro.
La relajación surte efecto. Sin embargo, mi mente me recuerda de manera recurrente que me encuentro en una consulta y que allí no me puedo dormir, un pensamiento que me sirve para no entregarme a los brazos de Morfeo. Tras unos veinte minutos me invita a abrir los ojos. Desconozco si la sesión mejorará mi insomnio ocasional pero lo cierto es que, al menos, sí ha servido para relajarme.
El hipnotizado no pierde la consciencia
Una de mis preocupaciones previas a la hipnosis había sido que la terapia fuera capaz de anular mi voluntad hasta el punto de llevarme a hacer o decir cosas sin que yo quisiera. Seguramente es un pensamiento común, teniendo en cuenta que en televisión estamos acostumbrados a ver como los hipnotizados siguen las instrucciones del hipnotizador sin oponer ningún tipo de resistencia, llevando a cabo acciones que les ridiculizan y que provocan la carcajada fácil del público. Al «despertar», supuestamente no recuerdan nada de lo que les han hecho creer y hacer en ese lapso de tiempo, y se muestran sorprendidos al ver en imágenes lo que acaban de hacer.
La experiencia real no se parece en nada a lo visto la semana pasada en «1, 2, 3, Hipnotízame». El hipnotizado no pierde en ningún momento la consciencia, algo que corrobora Hernández, que añade que el usuario «puede levantarse e irse en cualquier estadio de la sesión».
Aunque prefiere no revelar cuánto cuesta cada consulta, sí confiesa que la hipnosis es más cara que una consulta psicológica convencional, «entre un 10% y un 30%». Por lo que refiere a su porcentaje de éxito, lo compara con el de un cirujano y menciona el posible efecto placebo: «funciona porque estamos predispuestos a ello». Hernández remarca un dato cuanto menos sorprendente y que resultará difícil de creer para los escépticos: «la hipnosis permite realizar operaciones quirúrgicas sin utilizar anestesia», algo que asegura ya se ha realizado en Estados Unidos.
fuente abc.es
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