La sombra está siempre allí, isla desconocida esperando ser descubierta, recorrida, sus especies catalogadas. Una naturaleza completa, un riquísimo mundo interior al que sólo se accede con la mirada amorosa de un niño.
Ese vasto espacio interior al que no llega la luz, es una masa informe e incomprensible, como el trastero o desván en donde vamos acumulando todo lo indispensable o que no debe ser visto.
Nos pasamos la mitad de la vida en cargar de pinceladas esa pintura secreta, y resistiendo su constante esfuerzo por cobrar lugar en nuestra existencia.
La depresión, no estás deprimido, está distraído, es en realidad falta de atención. Al levantar la alfombra y mirar debajo, se comienza a ver los matices, tristeza, impotencia, desesperación, minusvaloración, pérdidas, culpa, arrepentimiento.
Vamos sacando capas de seguridad y aparecen más, como un mago o un sombrerero loco que va sacando sí mismo de la galera.
En un momento de la vida tomamos conciencia de que no hemos limpiado el sótano, nos acercamos a la puerta, escuchamos ladridos, y ni sabíamos de la existencia de perros, allí abajo. Toca tomar la linterna como un eremita, y descender al mundo soterrado, para liberar a esas pobres bestias, hacerles sentir nuestro amor, acompañarlas, domesticarlas, y perdonarnos por haberlas confinado impiadosamente allí.
Por suerte contamos con herramientas para ayudarnos a iluminar el inconsciente. La meditación, la respiración holotrópica, y la utilización de plantas maestras como la ayahuasca del Amazonas, el tabaco silvestre utilizado de manera sagrada por los pueblos originarios, la wachuma o el peyote.
Un trabajo meditativo con estas plantas puede llevarnos a recordar su presencia detallada en nuestra vida. Ellas siempre nos acompañan amorosamente, pero nosotros no tenemos la visión de nuestros ancestros, de sacralizar lo cotidiano. El tomar una infusión es una visión distinta a reconocerlo como ritual cotidiano.
El tabaco, antaño sagrado, lo usamos recreativamente, y lo hemos transformado en una legal adicción.
Los pueblos originarios, elevar sus relaciones a través del humo, como en otros ritos se realiza a través del incienso. Es el soporte de la mediadora, la consagración, lo sacrificial, la bendición, al perfume celestial.
No es éste un camino al que llegamos con la razón. Es un camino con corazón. Accedemos a través del amor. Aunque a los occidentales nos resulte extraño, podemos amar y ser amado por una planta, y recibir sabiduría perdida por nuestro registro librescos, con su ayuda, de la mismísima fuente.
Ahora que es de rigor emplear la palabra facilitador, esto es el alma elemental de una planta, una facilitadora que franquea el acceso a nuestro inconsciente y al gran disco duro universal en donde toda información está almacenada.
Los chamanes dice que ellos pueden, gracias a las plantas que utilizan, saber cómo curar a quienes acuden a solicitarles ayuda. Están resumidas palabras como si refiriéndose al paraíso perdido hiciéramos bello.
El contacto, una vez que se logra, queda instalado en nosotros, a la manera de actualización automática.
Empieza el diálogo amoroso entre el mundo interior y lo que divertidamente llamamos estado de conciencia ordinaria. No es necesario nada más que la intención y el amor para que los símbolos se abran en abanico ante nuestros ojos. Y será de manera que podamos comprender, simplemente pidiendo más luz, o acompañando al símbolo que queremos aclarar.
Si sería interesante que renunciamos a comprender todo con la mente. No es la única herramienta con la que contamos. Los nudos a nuestro interior son de información, y basta con que se resuelva en el plano en que está anclada, físico, emocional, o mental, para que logremos equilibrarnos. Meter la mano en el tacho de basura, sacar de allí todo aquello que nos incomoda, puede ayudarnos a encontrar un preciado diamante entre el carbón, una piedra en que basar firmemente el templo de la existencia que tenemos como regalo, y es sagrada.
Un trabajo meditativo con estas plantas puede llevarnos a recordar su presencia detallada en nuestra vida. Ellas siempre nos acompañan amorosamente, pero nosotros no tenemos la visión de nuestros ancestros, de sacralizar lo cotidiano. El tomar una infusión es una visión distinta a reconocerlo como ritual cotidiano.
El tabaco, antaño sagrado, lo usamos recreativamente, y lo hemos transformado en una legal adicción.
Los pueblos originarios, elevar sus relaciones a través del humo, como en otros ritos se realiza a través del incienso. Es el soporte de la mediadora, la consagración, lo sacrificial, la bendición, al perfume celestial.
No es éste un camino al que llegamos con la razón. Es un camino con corazón. Accedemos a través del amor. Aunque a los occidentales nos resulte extraño, podemos amar y ser amado por una planta, y recibir sabiduría perdida por nuestro registro librescos, con su ayuda, de la mismísima fuente.
Ahora que es de rigor emplear la palabra facilitador, esto es el alma elemental de una planta, una facilitadora que franquea el acceso a nuestro inconsciente y al gran disco duro universal en donde toda información está almacenada.
Los chamanes dice que ellos pueden, gracias a las plantas que utilizan, saber cómo curar a quienes acuden a solicitarles ayuda. Están resumidas palabras como si refiriéndose al paraíso perdido hiciéramos bello.
El contacto, una vez que se logra, queda instalado en nosotros, a la manera de actualización automática.
Empieza el diálogo amoroso entre el mundo interior y lo que divertidamente llamamos estado de conciencia ordinaria. No es necesario nada más que la intención y el amor para que los símbolos se abran en abanico ante nuestros ojos. Y será de manera que podamos comprender, simplemente pidiendo más luz, o acompañando al símbolo que queremos aclarar.
Si sería interesante que renunciamos a comprender todo con la mente. No es la única herramienta con la que contamos. Los nudos a nuestro interior son de información, y basta con que se resuelva en el plano en que está anclada, físico, emocional, o mental, para que logremos equilibrarnos. Meter la mano en el tacho de basura, sacar de allí todo aquello que nos incomoda, puede ayudarnos a encontrar un preciado diamante entre el carbón, una piedra en que basar firmemente el templo de la existencia que tenemos como regalo, y es sagrada.
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