Son muchos los momentos que atraviesa una persona antes de llegar al consultorio. Este articulo intentará explicar la imagen incomprendida que hemos transmitido de nuestra práctica y que se ha extendido al imaginario social, a lo que la gente supone de nosotros.
Cuando el paciente llega, trae un padecer, algo que le molesta o que no entiende, quizás algo que no logre cambiar, o que no quiera más para su vida, quizás busca conocerse más a sí mismo, lo cual también es muy gratificante. Sea cual fuere el caso, tenemos como profesionales la imagen de que no hablamos, dejamos que el paciente hable sin nosotros aportar nada útil.
Esto tiene que ver con el método terapéutico que utilizamos. Cuando encaramos una práctica con determinado paciente, nuestro objetivo al dejarlo hablar libremente es doble. Primero nos interesa escuchar su visión de las cosas, de lo que le sucede, cada mirada del mundo es subjetiva, única, y nuestra tarea es descifrar esa realidad personal para entender y poder abordar a la persona.
Por otro lado, en cuanto a la técnica en sí, cuando dejamos que el paciente hable lo que queremos es que la persona deje fluir su discurso, porque en esa charla o relato que nos hace el paciente, nosotros escuchamos cosas que ellos no. Es decir, cuando uno habla sin tapujos ni interrupciones, salen pensamientos a flote que a veces uno desconoce de sí mismo, no sucede todo el tiempo, pero cuando sucede es la herramienta fundamental de trabajo, nos da otra perspectiva. No todo pasa por el complejo de Edipo ni la infancia, eso también es imaginario social. Lo importante es escuchar a la persona cuando dice aquello que desconoce de sí mismo, para que luego podamos ayudarlo e intentemos mostrarle esa parte que no sabía propia, para que pueda tomar riendas de su vida. Con el transcurso del tratamiento, la charla empieza a fluir más bidireccionalmente, tanto paciente como analista entran en un espacio de intercambio.
Cuando el paciente llega, trae un padecer, algo que le molesta o que no entiende, quizás algo que no logre cambiar, o que no quiera más para su vida, quizás busca conocerse más a sí mismo, lo cual también es muy gratificante. Sea cual fuere el caso, tenemos como profesionales la imagen de que no hablamos, dejamos que el paciente hable sin nosotros aportar nada útil.
Esto tiene que ver con el método terapéutico que utilizamos. Cuando encaramos una práctica con determinado paciente, nuestro objetivo al dejarlo hablar libremente es doble. Primero nos interesa escuchar su visión de las cosas, de lo que le sucede, cada mirada del mundo es subjetiva, única, y nuestra tarea es descifrar esa realidad personal para entender y poder abordar a la persona.
Por otro lado, en cuanto a la técnica en sí, cuando dejamos que el paciente hable lo que queremos es que la persona deje fluir su discurso, porque en esa charla o relato que nos hace el paciente, nosotros escuchamos cosas que ellos no. Es decir, cuando uno habla sin tapujos ni interrupciones, salen pensamientos a flote que a veces uno desconoce de sí mismo, no sucede todo el tiempo, pero cuando sucede es la herramienta fundamental de trabajo, nos da otra perspectiva. No todo pasa por el complejo de Edipo ni la infancia, eso también es imaginario social. Lo importante es escuchar a la persona cuando dice aquello que desconoce de sí mismo, para que luego podamos ayudarlo e intentemos mostrarle esa parte que no sabía propia, para que pueda tomar riendas de su vida. Con el transcurso del tratamiento, la charla empieza a fluir más bidireccionalmente, tanto paciente como analista entran en un espacio de intercambio.
Lic. Gabriel L. Falevich
Psicologia Granollers
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